lunes, 30 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXI. COMIENZA LA AVENTURA

El histórico partido de Belgrado en 1977, con el extraño tanto de Rubén Cano y el botellazo a Juanito, fue el arranque de los Campeonatos del Mundo de Fútbol de 1978 en Argentina. Junto a la alegría del triunfo, se adhería como una mancha indeleble el terror que vivían en aquel país sus ciudadanos, víctimas de la dictadura militar. La represión fue brutal ante la presencia de miles de periodistas de todos los puntos cardinales durante casi dos meses, para evitar que nada trascendiera a la opinión pública internacional. Pero en España, en pleno proceso democrático, se vivía una gran fiesta y el optimismo se reflejó en los enviados especiales a Buenos Aires.


Era la primera vez que cruzaba el charco y lo hicimos volando en clase preferente, con parada incluída en Río de Janeiro. Viajábamos Enrique Blanco, Vicente Marco y yo, porque García tenía previsto llegar unos días más tarde. El «grueso» de la expedición era Enrique, tan corpulento como buen amigo y excelente técnico. Capaz de, con dos alambres y un tornillo, salir a antena en las mejores condiciones. Junto a su capacidad destacaba su arrolladora personalidad, algo socarrona, pero entrañable y cordial.
Con Vicente Marco era un placer ir a cualquier parte, ya que era el jefe de expedición ideal: lo tenía todo controlado y actuaba con tanta naturalidad, que era imposible que algo saliera mal. Formamos un excelente equipo, sin ningún roce en cuarenta días de convivencia en un país extraño y con una exigencia profesional muy distinta a la de Inglaterra doce años antes.

La llegada de los enviados especiales al recién inaugurado aeropuerto de Ezeiza se produjo bastante antes del comienzo del evento, por lo que todavía la capital bonaerense no estaba colapsada ni por los medios extranjeros de comunicación ni por las tropas del ejército de Videla. El tratamiento de los funcionarios argentinos fue exquisito y aparentemente la vida social no ofrecía ningún tipo de señales que reflejase la situación real.

Del aeropuerto y antes de instalarnos en el hotel Plaza, pasamos por Radio Rivadabia para comprobar si los servicios que habíamos requerido estaban dispuestos. El recibimiento que tuvimos en la popularísima emisora fue sensacional, inesperado; como quien vuelve a ver a un amigo después de muchos años de ausencia. Nos instalaron en el famoso «módulo 40», en el centro de la Radiotelevisión Argentina. Allí íbamos a pasar la mayor parte de nuestra estancia en aquel país y nuestros colegas se encargaron de acondicionarlo para nuestra comodidad.
Aún así, Enrique Blanco se dispuso a darle sus toques personales al estudio desde donde retransmitiríamos para toda España centenares de horas de radio. Al momento se presentó el histórico relator de las Américas, el espectacular «gordo» Muñoz del que teníamos referencia por sus impresionantes narraciones de la selección Argentina por todo el mundo. Nos saludó y se puso a nuestra disposición, abrumándonos con su extraordinario don de gentes y amabilidad. Semanas más tarde, cuando España quedó eliminada, tuve la oportunidad de estar junto a él y aprender de ese portento de locutor deportivo. Su capacidad de improvisación, el liderazgo que ejercía sobre un completísimo equipo y la increíble terminología que utilizaba en las retransmisiones, superaba todo lo que jamás había escuchado.

Antes del comienzo del Mundial se jugó un amistoso en Montevideo, donde fue una fiesta la presencia de la selección española. Ya con García al frente de la expedición, el tratamiento de los medios informativos fue espectacular, con multitud de entrevistas en las estaciones radiofónicas uruguayas. La voz de Paco Ortiz llamó la atención porque «hablaba como en el teatro», e incluso tuvo que grabar diferentes emites de una de las emisoras más importantes de allí. De vuelta a Buenos Aires, volvió a repetirse el tedioso trámite de las acreditaciones de prensa.

El centro de prensa estaba en el mismo estadio del River Plate. Toda la tribuna Belgrano había sido habilitada para los medios de comunicación audiovisuales. Al llegar al vestíbulo central, después de pasar por varias barreras de vigilancia, encontramos amplios ascensores que nos comunicaban con los servicios de acreditación.
Todo era amabilidad, con bebidas y canapés gratis... querían dar al mundo la sensación de una Argentina desarrollada y moderna a través de los mil quinientos periodistas acreditados, pero la tristeza de su pueblo se delataba en el rostro de los bonaerenses. Si aquel Mundial fue un ejemplo de organización fue porque la dictadura militar se encargó de preparar la puesta en escena.

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