domingo, 29 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXII. SE PRESIENTE EL FRACASO

 
La selección española debutó en el estadio del Vélez Sarsfield el 3 de junio frente al combinado austríaco. El graderío estaba lleno, con muchísimos descendientes de españoles que habían acudido al campo para animar al conjunto de Kubala.

José María García y yo comenzamos la retransmisión con ímpetu y alegría, alentados por cincuenta mil espectadores que no dejaban de gritar, pero poco a poco el ritmo de la narración se iba desvaneciendo. España estaba jugando mal y los adversarios se crecían a medida que el tiempo pasaba. Kubala no acertaba en el planteamiento del partido y los jugadores estaban agarrotados.
Un error de Leal favoreció que Hansi Krankl nos apuntillase y consiguiera el tanto de la victoria contra pronóstico. La caja de las críticas se había destapado con durísimas acusaciones a «Lazsy» y un ambiente en «La Martona» que se podía cortar con tijeras.

El segundo partido se disputó contra Suecia y el marcador resultó favorable a España por 1-0, pero las dificultades para la victoria y el escaso fútbol desarrollado sirvió para que toda la prensa nacional siguiera criticando al seleccionador.

El meta Hellstroem tuvo su tarde. De nada sirvió el continuo bombardeo al que era sometido por Juanito, Santillana o Cardeñosa, porque lo paraba todo. La retransmisión fue nerviosa, emotiva, palpitante, pero el gol no llegaba. Permanecía escondido en mi garganta muy a pesar mío. Afortunadamente, Asensi logró el tanto de la victoria, que simplemente servía para ampliar la agonía.

Mar del Plata fue el siguiente punto de encuentro entre la actividad profesional y el conocimiento de una localidad maravillosa. La luz y la alegría, pese a los problemas políticos, inundaban sus calles. Tuvieron tiempo de pasear por ellas, de hablar con la gente, de comer abundantemente en sus restaurantes y de cantar en sus tabernas llenas de humo y nostalgia al borde del Atlántico. El rival de España era Brasil y las apuestas no le daban ninguna opción a los nuestros, que recordaban con amargura el desastre frente a los austríacos.

El partido contra los cariocas fue angustioso por dos motivos: el fracaso parecía cantado y José María no llegaba a su puesto de comentarista. Yo había viajado dos días antes a Mar del Plata en ferrocarril mientras que García tenía previsto llegar con el «gordo» Muñoz esa misma mañana. Comencé sin él la narración, sonaron los himnos nacionales y el choque estaba a punto de dar comienzo.
Apareció en el momento de ponerse el balón en juego. Por señas, me indicó que el vuelo no había sido normal (su cara reflejaba el mareo de un viaje movido) y hasta pasado un cuarto de hora no se metió de lleno en los comentarios del encuentro.
 
El partido fue malo y los jugadores españoles se contagiaron del juego lento marcado por los brasileños. Aún así, había momentos, destellos donde parecía que el milagro podía llegar, ya que los rivales se vieron desbordados por las individualidades de nuestra selección.

Mediado el segundo tiempo, un pase en profundidad de Santillana le dejó el balón en una inmejorable posición de remate a Cardeñosa. El portero estaba batido, en el suelo, toda la meta quedaba libre para el disparo del bético, pero su lanzamiento no tuvo la fuerza suficiente y fue desviado por un defensa en la misma línea de gol. Me quedé con la voz rota, a punto de cantar el tanto, pero este no llegó a materializarse.
Despedimos muy pronto la conexión totalmente decepcionados. Unos minutos más tarde, en uno de los pasillos que daban acceso a la sala de prensa, me encontré cara a cara con Cardeñosa. Estaba totalmente destrozado y me imploró con los ojos enrojecidos cuando iba a colocarle el magnetofón en la boca. Me fue imposible preguntarle nada y le dejé marchar a la sombra de su tragedia. En esos momentos fui más persona que profesional, pero no me arrepiento de mi decisión. Hubiera sido inhumano hurgar en su herida, sabiendo que ese error iba a marcar su futura trayectoria deportiva.

Más tarde, en el centro de prensa, minutos antes del programa en cadena Vicente Marco le preguntó desde el Módulo 40 de Buenos Aires si tenía voces de protagonistas.
-¿Has visto a Cardeñosa?
-Sí -respondió en voz baja.
-¿Tienes entrevista?
-No.
-¿Por qué? -insistió Marco, con tono de disgusto.
-¡Pues porque no, coño! No he sido capaz de preguntarle nada.
El «jefe Marco» suspiró hondamente y no volvió a comentar nada del asunto.

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