jueves, 19 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXVI. ESPAÑA 82

Era el único superviviente de Argentina tras las jubilaciones de Vicente Marco y Enrique Blanco y la salida de José María García de la SER. Unos Campeonatos del Mundo en tu país te exigen un trabajo mucho más eficaz, pero la repercusión es menor. La gente vive «in situ» el acontecimiento y le presta menos atención a los medios de comunicación. Además, se pierde el exotismo del viaje y los desplazamientos interiores son mucho menos emocionantes.

Esperaba mi tercer mundial con ilusión pero notaba la ausencia de mis viejos compañeros. En la SER toda había cambiado y era José Joaquín Brotóns quien dirigía el operativo en Madrid. Desde hacía unos meses Héctor del Mar era el relator principal y yo simultaneaba la narración con algunos comentarios sobre el partido. Se unió al equipo Antonio Somoza, que le daba colorido a la retransmisión con su gracia andaluza y su peculiar voz, quebrada, tan distinta a la de Héctor y a la mía.
Además, estaban los corresponsales de la SER en cada una de las ciudades sedes o subsedes del Campeonato. Fue una paliza de kilómetros, de idas y venidas por los diferentes estadios, en uno de los veranos más calurosos que recuerdo.
Era mi último Mundial y los recuerdos que conservo de él no son muy agradables. Las cosas fueron demasiado complicadas, quisimos cubrir todos los frentes y creo que la programación fue demasiado densa. Además, se sumó una nueva decepción deportiva y la selección se precipitó al fracaso como cuatro años antes en Argentina.

 
Desde la polémica figura de «el Naranjito» hasta la tristeza de José Emilio Santamaría, pasando por la escasísima presencia de público en los estadios, una corriente de pesimismo atravesó el espíritu de los españoles entre junio y julio de 1982. La selección nacional estableció el record de ser el anfitrión peor clasificado de la Copa del Mundo, decimosegundo, con un fútbol gris y mediocre. Se había tocado fondo y los cambios se imponían, pero la agonía fue lenta y dolorosa, en vísperas del gran cambio político del país ese mismo otoño después de las elecciones generales.

La inauguración en el Nou Camp fue muy digna y colorista, con un final de espectáculo entrañable: cientos de voluntarios formaron la paloma de Picasso, mientras un niño con un balón entre las manos salió al centro del terreno de juego, que se abrió dejando libre una paloma.
Veintinueve días después, en el Santiago Bernabéu, Italia se proclamó campeona del Mundo ante la alegría de Sandro Pertini, el presidente de la República, junto al Rey de España, en unas simpáticas imágenes que dieron la vuelta al planeta. Fue un mes de intenso trabajo y de grandes desilusiones, del que he olvidado muchas cosas.

 
La llegada de Don Juan Carlos, el debut del combinado español, el hecho de que el primer rival fuera de los más flojos del torneo, disparo el optimismo. Se hacían apuestas sobre la cantidad de goles que iba a recibir Honduras en el estadio Luis Casanova y comenzaba a valorarse que España estuviera en la gran final sin que hubiera comenzado el campeonato.

 
A los ocho minutos se nos cayó el mundo encima. Celaya había marcado ante la pasividad de Tendillo, Alexanco y Arconada. La selección jugaba nerviosa, tensa, sin ideas. Incluso Héctor del Mar y yo dimos un bajón notable en la retransmisión. La afición, al comienzo de la segunda parte, no cesaba de animar.
Santamaría cambió a Juanito y Joaquín por Saura y Sánchez, pero el equipo seguía dormido. Tuvimos que esperar al minuto veinticinco de la segunda parte hasta que López Ufarte, de un riguroso penalty, marcase el empate. Los jugadores estaban hundidos moral y físicamente y el seleccionador se encerró en si mismo para evitar las críticas de la prensa, que fueron atroces contra Santamaría.

El calvario comenzó el 16 de junio de 1982 y se prolongó hasta la eliminación de España frente a los alemanes. Durante esos días no hubo tregua e incluso la patética victoria frente a Yugoslavia apenas suavizó el clima hostil que precipitó al fracaso los Campeonatos del Mundo de Fútbol de 1982.

El colegiado danés Sorensson fue el protagonista del segundo encuentro. Pitó una máxima pena a Perico Alonso que se había cometido fuera del área y además, mandó repetir el lanzamiento que había fallado López Ufarte. Juanito consiguió empatar el partido y Saura darle la vuelta al marcador. Por mis comentarios tuve el primer roce con Madrid. Me indicaron que no tenía que ser tan duro con la selección ni con el árbitro. Contesté a esas indirectas que yo no mentía y que no iba a engañar al público que, además, veía el partido por televisión.


 
El empate de Honduras e Irlanda significaba que una victoria mínima proclamaría campeona de grupo a España. Pero la tarde del 25 de junio fue nefasta para los hombres de Santamaría, que jugaron su peor partido ante una afición que se entregó al principio, pero que los abucheó al final.
El equipo de las Islas venció por 1-0. Fue un desastre a todos los niveles aunque la fortuna nos favoreció concediéndonos otra oportunidad. Por un solo tanto más que Yugoslavia, nos clasificamos para la siguiente ronda ante dos colosos como Alemania e Inglaterra. Todos éramos conscientes de que no había ninguna posibilidad de éxito, pero el juego de la selección mejoró, posiblemente por la menor presión exterior.
Frente a los germanos se cuajó una buena primera parte, pero en la reanudación marcaron dos goles en poco más de un cuarto de hora. Zamora maquilló el resultado con un soberbio cabezazo, pero los pronósticos se habían cumplido. Tres días más tarde se jugó el último partido del campeonato. Inglaterra no pasó del empate a cero en un pésimo encuentro, donde los rivales se jugaban la clasificación, pero no superaron la defensa local.

 
Con nuestra selección eliminada, caía en picado el interés de la audiencia y el apoyo publicitario a las transmisiones. Era verano y la gente se olvidaba del fútbol tomando el sol en las playas, ajena a un Campeonato del Mundo que fue para la selección italiana, con miles de tiffosi dando colorido al remozado Chamartín.

En la lejanía, como un sueño casi olvidado, recuerdo la estilizada figura de Paolo Rossi como lo mejor del mundial. En el plano personal, el reencuentro con viejos amigos de otros países a los que conocí en Argentina. Y como anécdota, la dichosa cometa brasileña que subía y bajaba, manejada con arte y que llego a plantear más de un problema a los árbitros por su proximidad al terreno de juego.
El gol más tempranero de unos Campeonatos del Mundo lo consiguió en San Mamés el británico Bryan Robson, al marcar a los veintiocho segundos ante el meta francés Ettori. Un record que va a ser muy difícil de superar.

 
Los Campeonatos del Mundo de Fútbol de 1982 no fueron una buena experiencia radiofónica para la SER, donde nadie terminó contento. Los corresponsales apenas podíamos abrir la boca en los programas especiales, pero invertíamos demasiadas horas para nada. Se cambiaba de criterio cada día, había demasiada crispación y los resultados futbolísticos no acompañaron en absoluto. Además, la fórmula de situar dos narradores simultaneando la transmisión fue un fracaso absoluto.

Héctor del Mar y yo nunca llegamos a compenetrarnos. Cada uno tenía su estilo, pero no formábamos un equipo porque ambos éramos relatores de partidos. Se intentaba artificialmente que tuviéramos la posesión de la palabra el mismo tiempo, pero a veces lo olvidábamos y seguíamos durante varios minutos jugada tras jugada.
Después del Mundial ambos continuamos un par de años juntos en la SER. Se intentaron buscar nuevas fórmulas para dar salida a las retransmisiones, pero no funcionó ninguna. El último invento fue que Héctor radiase cuando la selección nacional (o el club español de turno) controlase la pelota, mientras que yo llevaba el ataque de los rivales.
Es decir, que hacía de «malo» de la película para lucimiento del entonces locutor principal de la Cadena. Era una situación insostenible y después de la Eurocopa de Francia, a mis cincuenta y un años, decidí retirarme de las retransmisiones internacionales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario