viernes, 20 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXV. SUS AÑOS JUNTO A JOSÉ MARÍA GARCÍA

Su etapa más brillante en la radio, de mayor vértigo profesional, la tuvo al lado de José María García. Ambos eran diametralmente opuestos en su concepto formal de la radio, pero quizás sus diferencias les unieron en antena. Se juntaba el ímpetu y el descaro de un joven que se adelantaba a su tiempo, con la madurez y la voz de un hombre que dominaba el medio. Aunque la televisión tenía ya un peso específico importante en la sociedad española, las transmisiones a través de la pequeña pantalla favorecieron incluso la escucha de la radio; la gente se acostumbró a bajar la señal del televisor y completar las imágenes con el sonido de sus voces.

Nunca supe las causas por las que fui elegido por García. Solamente recuerdo una llamada telefónica y una conversación breve en Madrid. Me habló de una especie de experimento, donde yo narraría los partidos en la cabina y él comentaría desde la banda otros aspectos del juego.
En principio me pareció bien la idea, aunque albergaba mis temores sobre mi presencia en antena dada la «voracidad» verbal de José María. Nuestra primera actuación en conjunto fue en 1976 en Sevilla, en un partido de la selección, pero no recuerdo ni el rival, ni el resultado. Nuestra unión se prolongó más de cinco años y terminó del mismo modo que empezó: por sorpresa.

Junto a la emoción de las jugadas y la explosión de los goles, la capacidad comunicativa de Paco Ortiz con la publicidad en directo, favoreció la consolidación del equipo. La frase «Danone, lo más natural...», se hizo famosa por aquel entonces y fue un referente importante en el estilo que otros locutores imprimieron a sus retransmisiones. A las pocas semanas de trabajar juntos la compenetración era perfecta, llegaron a formar una unidad informativa en la que dos voces antagónicas se fundían en una línea de continuidad que surgió espontáneamente.

Yo narraba la jugada y José María retomaba la transmisión de manera natural. Ambos sabíamos cuándo callar y en qué momento proseguir. No nos pisábamos nunca porque intuíamos el instante en el que el otro debía intervenir. Él era consciente de que lo suyo no era relatar las jugadas y por mi parte, tampoco me ponía a comentar elementos del juego ni a valorar situaciones ajenas al partido.

 
El problema surgía solamente en la producción de los programas, en los que Paco Ortiz también tenía que colaborar. El sistema de García era innovador y en ese aspecto, la radio aragonesa estaba anclada en el pasado. Chocaban dos personalidades distintas porque a uno solamente le gustaba radiar partidos y al otro sacarle todo el jugo posible antes y después de los noventa minutos de juego. Y no solamente a nivel informativo, sino en la puesta en escena...

Para mi era un suplicio intentar que los técnicos, especialmente en el extranjero, le colocasen decenas de metros de cable en la banda y un micrófono al lado de los banquillos. No lo entendían, era algo que no estaba permitido o que todavía no lo había hecho nadie. Cuando yo me rendía, él lo arreglaba depositándoles unos dólares en el bolsillo.
También era horroroso cuando me tocaba convencer a los jugadores para que estuvieran listos a medianoche para una entrevista, o tenía que sacarlos a mitad de cena para que intervinieran en Hora 25.
Con el paso del tiempo, solamente con decirles que iba de su parte, bastaba para que acudieran sin poner ningún obstáculo. Trabajar con él era vivir en una constante tensión. Pienso que ambos aprendimos mucho el uno del otro y que llegamos a un grado de compenetración impresionante.

Quizás por el diferente ritmo de vida, porque vivían en distintos mundos o por la diferencia de edad, no llegaron a ser amigos íntimos aunque su relación siempre fue cordial. Jamás tuvieron ningún roce serio y pese a la distancia y al tiempo transcurrido desde su separación, siempre se respetaron. Existía admiración entre ambos, una profunda consideración que siempre emergió mientras trabajaron juntos.

Nuestra separación profesional surgió de la manera más inesperada para mí. Ocurrió en Polonia. Como siempre, cada uno viajaba por su cuenta y coincidíamos en el lugar de destino horas antes de la retransmisión. Pero ese día, García no apareció en Varsovia por la mañana, no comió con nosotros y tampoco estaba cuando partíamos hacia el estadio.
Le comenté mi preocupación al desaparecido Alex Botines, que entonces comenzaba a pesar ya en la SER desde Barcelona, y me dio unas explicaciones que me parecieron extrañas. Media hora antes del partido, nada se sabía de José María y no se había instalado el micrófono en la banda.

 
La noticia cayó como una bomba en la cabina, donde escuchaba Paco Ortiz el retorno de Radio Madrid. Sobre la sintonía, la voz de Joaquín Prat sonó menos musical que otras veces, mucho más seria e impersonal cuando dijo: «Por unas declaraciones de José María García en relación a la Dirección General de la cadena SER consideradas inconvenientes y que están siendo sometidas a estudio en estos momentos, queda apartado de la programación deportiva. ¡Adelante, Paco Ortiz!»

Me quedé helado, sin saber cómo empezar. Pero había que salir adelante de la mejor manera posible sin que la retransmisión se resintiese. Los oyentes no eran culpables de nada y tenía que aportar todos mis conocimientos y experiencia para resolver esa situación tan comprometida. Después de casi seis años, iba a ser mi primer partido sin García.
Por la noche no se hicieron comentarios al respecto y, al cabo de unas semanas, se conocieron los entresijos del problema de una manera más o menos oficial. La marcha de José María iba a suponer para mí, por motivos obvios, un paulatino alejamiento de los grandes acontecimientos deportivos en la SER, que se dejó notar en el Mundial 82 y que culminó en la Eurocopa de Francia, dos años. después.

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