lunes, 30 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXI. COMIENZA LA AVENTURA

El histórico partido de Belgrado en 1977, con el extraño tanto de Rubén Cano y el botellazo a Juanito, fue el arranque de los Campeonatos del Mundo de Fútbol de 1978 en Argentina. Junto a la alegría del triunfo, se adhería como una mancha indeleble el terror que vivían en aquel país sus ciudadanos, víctimas de la dictadura militar. La represión fue brutal ante la presencia de miles de periodistas de todos los puntos cardinales durante casi dos meses, para evitar que nada trascendiera a la opinión pública internacional. Pero en España, en pleno proceso democrático, se vivía una gran fiesta y el optimismo se reflejó en los enviados especiales a Buenos Aires.


Era la primera vez que cruzaba el charco y lo hicimos volando en clase preferente, con parada incluída en Río de Janeiro. Viajábamos Enrique Blanco, Vicente Marco y yo, porque García tenía previsto llegar unos días más tarde. El «grueso» de la expedición era Enrique, tan corpulento como buen amigo y excelente técnico. Capaz de, con dos alambres y un tornillo, salir a antena en las mejores condiciones. Junto a su capacidad destacaba su arrolladora personalidad, algo socarrona, pero entrañable y cordial.
Con Vicente Marco era un placer ir a cualquier parte, ya que era el jefe de expedición ideal: lo tenía todo controlado y actuaba con tanta naturalidad, que era imposible que algo saliera mal. Formamos un excelente equipo, sin ningún roce en cuarenta días de convivencia en un país extraño y con una exigencia profesional muy distinta a la de Inglaterra doce años antes.

La llegada de los enviados especiales al recién inaugurado aeropuerto de Ezeiza se produjo bastante antes del comienzo del evento, por lo que todavía la capital bonaerense no estaba colapsada ni por los medios extranjeros de comunicación ni por las tropas del ejército de Videla. El tratamiento de los funcionarios argentinos fue exquisito y aparentemente la vida social no ofrecía ningún tipo de señales que reflejase la situación real.

Del aeropuerto y antes de instalarnos en el hotel Plaza, pasamos por Radio Rivadabia para comprobar si los servicios que habíamos requerido estaban dispuestos. El recibimiento que tuvimos en la popularísima emisora fue sensacional, inesperado; como quien vuelve a ver a un amigo después de muchos años de ausencia. Nos instalaron en el famoso «módulo 40», en el centro de la Radiotelevisión Argentina. Allí íbamos a pasar la mayor parte de nuestra estancia en aquel país y nuestros colegas se encargaron de acondicionarlo para nuestra comodidad.
Aún así, Enrique Blanco se dispuso a darle sus toques personales al estudio desde donde retransmitiríamos para toda España centenares de horas de radio. Al momento se presentó el histórico relator de las Américas, el espectacular «gordo» Muñoz del que teníamos referencia por sus impresionantes narraciones de la selección Argentina por todo el mundo. Nos saludó y se puso a nuestra disposición, abrumándonos con su extraordinario don de gentes y amabilidad. Semanas más tarde, cuando España quedó eliminada, tuve la oportunidad de estar junto a él y aprender de ese portento de locutor deportivo. Su capacidad de improvisación, el liderazgo que ejercía sobre un completísimo equipo y la increíble terminología que utilizaba en las retransmisiones, superaba todo lo que jamás había escuchado.

Antes del comienzo del Mundial se jugó un amistoso en Montevideo, donde fue una fiesta la presencia de la selección española. Ya con García al frente de la expedición, el tratamiento de los medios informativos fue espectacular, con multitud de entrevistas en las estaciones radiofónicas uruguayas. La voz de Paco Ortiz llamó la atención porque «hablaba como en el teatro», e incluso tuvo que grabar diferentes emites de una de las emisoras más importantes de allí. De vuelta a Buenos Aires, volvió a repetirse el tedioso trámite de las acreditaciones de prensa.

El centro de prensa estaba en el mismo estadio del River Plate. Toda la tribuna Belgrano había sido habilitada para los medios de comunicación audiovisuales. Al llegar al vestíbulo central, después de pasar por varias barreras de vigilancia, encontramos amplios ascensores que nos comunicaban con los servicios de acreditación.
Todo era amabilidad, con bebidas y canapés gratis... querían dar al mundo la sensación de una Argentina desarrollada y moderna a través de los mil quinientos periodistas acreditados, pero la tristeza de su pueblo se delataba en el rostro de los bonaerenses. Si aquel Mundial fue un ejemplo de organización fue porque la dictadura militar se encargó de preparar la puesta en escena.

domingo, 29 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXII. SE PRESIENTE EL FRACASO

 
La selección española debutó en el estadio del Vélez Sarsfield el 3 de junio frente al combinado austríaco. El graderío estaba lleno, con muchísimos descendientes de españoles que habían acudido al campo para animar al conjunto de Kubala.

José María García y yo comenzamos la retransmisión con ímpetu y alegría, alentados por cincuenta mil espectadores que no dejaban de gritar, pero poco a poco el ritmo de la narración se iba desvaneciendo. España estaba jugando mal y los adversarios se crecían a medida que el tiempo pasaba. Kubala no acertaba en el planteamiento del partido y los jugadores estaban agarrotados.
Un error de Leal favoreció que Hansi Krankl nos apuntillase y consiguiera el tanto de la victoria contra pronóstico. La caja de las críticas se había destapado con durísimas acusaciones a «Lazsy» y un ambiente en «La Martona» que se podía cortar con tijeras.

El segundo partido se disputó contra Suecia y el marcador resultó favorable a España por 1-0, pero las dificultades para la victoria y el escaso fútbol desarrollado sirvió para que toda la prensa nacional siguiera criticando al seleccionador.

El meta Hellstroem tuvo su tarde. De nada sirvió el continuo bombardeo al que era sometido por Juanito, Santillana o Cardeñosa, porque lo paraba todo. La retransmisión fue nerviosa, emotiva, palpitante, pero el gol no llegaba. Permanecía escondido en mi garganta muy a pesar mío. Afortunadamente, Asensi logró el tanto de la victoria, que simplemente servía para ampliar la agonía.

Mar del Plata fue el siguiente punto de encuentro entre la actividad profesional y el conocimiento de una localidad maravillosa. La luz y la alegría, pese a los problemas políticos, inundaban sus calles. Tuvieron tiempo de pasear por ellas, de hablar con la gente, de comer abundantemente en sus restaurantes y de cantar en sus tabernas llenas de humo y nostalgia al borde del Atlántico. El rival de España era Brasil y las apuestas no le daban ninguna opción a los nuestros, que recordaban con amargura el desastre frente a los austríacos.

El partido contra los cariocas fue angustioso por dos motivos: el fracaso parecía cantado y José María no llegaba a su puesto de comentarista. Yo había viajado dos días antes a Mar del Plata en ferrocarril mientras que García tenía previsto llegar con el «gordo» Muñoz esa misma mañana. Comencé sin él la narración, sonaron los himnos nacionales y el choque estaba a punto de dar comienzo.
Apareció en el momento de ponerse el balón en juego. Por señas, me indicó que el vuelo no había sido normal (su cara reflejaba el mareo de un viaje movido) y hasta pasado un cuarto de hora no se metió de lleno en los comentarios del encuentro.
 
El partido fue malo y los jugadores españoles se contagiaron del juego lento marcado por los brasileños. Aún así, había momentos, destellos donde parecía que el milagro podía llegar, ya que los rivales se vieron desbordados por las individualidades de nuestra selección.

Mediado el segundo tiempo, un pase en profundidad de Santillana le dejó el balón en una inmejorable posición de remate a Cardeñosa. El portero estaba batido, en el suelo, toda la meta quedaba libre para el disparo del bético, pero su lanzamiento no tuvo la fuerza suficiente y fue desviado por un defensa en la misma línea de gol. Me quedé con la voz rota, a punto de cantar el tanto, pero este no llegó a materializarse.
Despedimos muy pronto la conexión totalmente decepcionados. Unos minutos más tarde, en uno de los pasillos que daban acceso a la sala de prensa, me encontré cara a cara con Cardeñosa. Estaba totalmente destrozado y me imploró con los ojos enrojecidos cuando iba a colocarle el magnetofón en la boca. Me fue imposible preguntarle nada y le dejé marchar a la sombra de su tragedia. En esos momentos fui más persona que profesional, pero no me arrepiento de mi decisión. Hubiera sido inhumano hurgar en su herida, sabiendo que ese error iba a marcar su futura trayectoria deportiva.

Más tarde, en el centro de prensa, minutos antes del programa en cadena Vicente Marco le preguntó desde el Módulo 40 de Buenos Aires si tenía voces de protagonistas.
-¿Has visto a Cardeñosa?
-Sí -respondió en voz baja.
-¿Tienes entrevista?
-No.
-¿Por qué? -insistió Marco, con tono de disgusto.
-¡Pues porque no, coño! No he sido capaz de preguntarle nada.
El «jefe Marco» suspiró hondamente y no volvió a comentar nada del asunto.

sábado, 28 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXIII. EL DESÁNIMO TRAS LA ELIMINACIÓN

España había sido eliminada, todo había terminado, la gran mayoría de los periodistas españoles hicieron sus maletas y regresaron a casa. José María García volvió en el primer vuelo a Madrid pero permanecieron en Buenos Aires Enrique Blanco, Vicente Marco y Paco Ortiz. La SER tenía que cubrir su programación especial, ya que otras cadenas y la propia televisión seguían en la brecha. Estaban contratadas publicitariamente las semifinales y la final al margen de la actuación española. La información descendió a niveles mínimos en nuestro país y eso se traducía en más tiempo de trabajo y resultados menos brillantes. La decepción hizo mella en la audiencia y solamente interesaban los Campeonatos del Mundo de Argentina por las anécdotas o por ver los partidos en color en los primeros televisores de estas características en España.


Los últimos días del Mundial fueron desagradables y llenos de incidencias para mí. Ya se torcieron las cosas cuando me trasladé a Córdoba, porque el avión de hélices con capacidad para cuarenta personas no terminaba de salir. Como no se llenaba el vuelo y teníamos prisa, decidimos escotar los periodistas y pagar las quince plazas que faltaban porque hasta que la nave no estuviera completa, no salíamos.
El vuelo fue malo, alguno de los pasajeros se mareó y yo comencé a padecer un amago de cólico nefrítico que me mantuvo en cama el resto del día con unos dolores muy agudos. Con algo de fiebre y débil por no haber comido nada en varias horas, tomé el autobús que me tenía que dejar en el centro de prensa.
El vehículo se estropeó nada más arrancar y llegamos justo al comienzo del partido. Todos en Madrid estaban preocupados por mi tardanza, yo andaba completamente desorientado y, para colmo, no había recogido las alineaciones ni el dossier de prensa que nos preparaban antes de cada partido. Pero, y esto fue lo más terrible, no reconocía a los equipos. No sabía con qué camiseta jugaban, ni quiénes eran los futbolistas ni cómo se llamaba el árbitro. García, desde los estudios, debió darse cuenta y me fue sacando de dudas; un compañero de otra cadena me pasó las numeraciones y uno de los técnicos de la compañía telefónica local, me aprovisionó de agua. Poco a poco fui tomando las riendas y acabé uno de los partidos más largos e ingratos de mi vida.

De vuelta a Buenos Aires, donde nada dijo al resto del equipo para no preocuparles, tuvo tiempo para recuperarse y pasear por una de las ciudades más maravillosas del mundo. Era el momento de visitar por última vez rincones escondidos, calles llenas de color, plazas donde el aroma le transportaba a otras épocas y lugares en los que había tenido tiempo de meditar en soledad, disfrutando de unos momentos inolvidables. Su estancia en Argentina se terminaba y pronto recuperaría su actividad normal, volvería a ver a su gente querida después de un mes largo de ausencia.

Cinco horas antes del comienzo del partido, los argentinos vivían dentro y fuera del estadio la gran final. Fue un partido impresionante, de los que gusta radiar y yo particularmente quedé muy satisfecho de la retransmisión. No se cuánto tardamos desde la cancha al hotel, porque quedamos atascados en las calles y apenas podíamos movernos.
La gente cantaba y bailaba, era imposible tomar un taxi, los autobuses no podían circular, todo Buenos Aires era una gran fiesta. Terminamos tarde de mandar entrevistas, comentarios e informaciones desde el estudio que improvisó Enrique desde una de las habitaciones del Plaza.
El día siguiente lo dediqué a descansar, a dormir, a terminar de realizar las últimas compras y a prepararme para la vuelta a casa, especialmente para ver a mi hijo Cristian, que había cumplido dos meses.

Ya en pleno vuelo sobre el Atlántico, a varios miles de kilómetros de altura, sus queridos compañeros le obsequiaron con uno de los detalles más bonitos del largo desplazamiento a Argentina. Eran las doce de la noche del 28 de junio, él cumplía cuarenta y cuatro años y dormitaba en la butaca del avión.

La azafata se paró a nuestra altura. Llevaba en un plato un pastel, una botella de champán y unas copas, que dejó sobre las mesitas de nuestros asientos. Me felicitó en nombre de mis compañeros, encendió una vela y nos dejó celebrar en la intimidad mi cumpleaños. Fue un detalle que jamás olvidaré y que puso un colofón sentimental en mi etapa argentina.

miércoles, 25 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXIV. LA EUROCOPA DE ITALIA

La Copa de Europa de Italia se disputó el año 1980 y sus resultados deportivos fueron tan decepcionantes como los del Campeonato del Mundo de Argentina. Pero a nivel profesional significó la consolidación de un equipo periodístico que saboreaba sus momentos más dulces. Con José Maria García al frente, Vicente Marco y Enrique Blanco formaban junto a Paco Ortiz un cuarteto difícilmente superable en la radio española. Sus niveles de audiencia jamás llegarán a igualarse, con unas estimaciones de ocho millones de seguidores en la noche y en la transmisión de los partidos. Allí fue, en la narración de centenares de encuentros, donde mi padre vivió una segunda juventud; la experiencia adquirida con el carrusel de viajes al lado de los mejores clubes españoles y con la selección, aumentó su popularidad con respecto a la época de los «Magníficos», que parecía pertenecer a la prehistoria. Italia era la gran esperanza española, un país muy cercano al nuestro y que podía significar un paso adelante para un fútbol que necesitaba triunfos para no caer en el abandono.


Nos alojamos en un pueblecito cerca de Milán, en un hotel antiguo pero muy acogedor, con unas inolvidables vistas a un lago inmenso cuyo resplandor de las aguas nos despertaba cada mañana. En aquel lugar también se hospedaba la selección española y eso favorecía la realización de entrevistas y programas especiales en las vísperas del torneo.

Estos días previos transcurrían con tranquilidad, en un ambiente relajado que les permitió recibir a los jugadores de la selección nacional en el estudio instalado por Enrique Blanco en una de las habitaciones de los enviados especiales de la SER. También acudieron futbolistas de otros equipos, periodistas y hasta aficionados, que le dieron un tono cordial y agradable a esos escasos metros cuadrados llenos de cables, micrófonos y aparatos por todos lados.

Comenzó la participación española con un empate a cero frente a Italia, que era el país anfitrión. Fue un partido bonito de radiar por la emoción y lo incierto del resultado. Pero esos buenos comienzos solamente eran una ilusión, un espejismo. Tres días más tarde España perdió en Milán frente a Bélgica por 2-1. Nuestra selección iniciaba su declive en esta Eurocopa

El sosiego del lago milanés terminaba y el equipo radiofónico tenía que acudir a Nápoles donde se encontraba la nueva sede del equipo español. En la gran ciudad había que resolver unos problemas burocráticos y Paco Ortiz, para descargar de trabajo a Vicente Marco, se ofreció a desplazarse a la oficina de prensa. Era, además, una buena oportunidad para conocer a fondo Milán antes de abandonar la sede.

Tomé el FIAT con cambio automático y me dispuse a recorrer los ochenta kilómetros que nos separaban de nuestro alojamiento. Nunca había conducido un automóvil de esas características, pero en carretera apenas se nota diferencia. Ya de entrada, me equivoqué al tomar el desvío de la autopista al centro de la ciudad y tardé más de media hora en dar la vuelta.
Comenzó a llover torrencialmente cuando admiraba la catedral, en plena hora punta. Salían coches de todos los sitios, empezaba a anochecer y las luces de los faros eran insuficientes ante la cortina de agua que caía sobre las calles. El FIAT se me paró en plena plaza del Duomo y se calaba cada vez que lo intentaba poner en marcha. Estaba histérico, gritaba como un poseso mientras los conductores «rivales» me insultaban entre tremendos bocinazos.
Estuve a punto de bajarme e irme corriendo de aquel desastre, pero el auto arrancó de una maldita vez. Enfilé con miedo la primera avenida grande que ví y aparqué el coche donde pude. Eran las once de la noche y estaba tan agotado, que no tuve fuerzas de buscar un hotel. Me quedé dormido en el coche después de llamar desde una cabina indicándoles a mis compañeros que el papeleo se iba a prolongar un día más y que volvería al día siguiente. Seguramente sospecharon que había ligado con alguna belleza italiana... ¡buen ligue, vive dios! Dormí en los brazos de un FIAT, una amorosa noche que no le deseo a nadie y que, por supuesto, no he contado hasta ahora.

viernes, 20 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXV. SUS AÑOS JUNTO A JOSÉ MARÍA GARCÍA

Su etapa más brillante en la radio, de mayor vértigo profesional, la tuvo al lado de José María García. Ambos eran diametralmente opuestos en su concepto formal de la radio, pero quizás sus diferencias les unieron en antena. Se juntaba el ímpetu y el descaro de un joven que se adelantaba a su tiempo, con la madurez y la voz de un hombre que dominaba el medio. Aunque la televisión tenía ya un peso específico importante en la sociedad española, las transmisiones a través de la pequeña pantalla favorecieron incluso la escucha de la radio; la gente se acostumbró a bajar la señal del televisor y completar las imágenes con el sonido de sus voces.

Nunca supe las causas por las que fui elegido por García. Solamente recuerdo una llamada telefónica y una conversación breve en Madrid. Me habló de una especie de experimento, donde yo narraría los partidos en la cabina y él comentaría desde la banda otros aspectos del juego.
En principio me pareció bien la idea, aunque albergaba mis temores sobre mi presencia en antena dada la «voracidad» verbal de José María. Nuestra primera actuación en conjunto fue en 1976 en Sevilla, en un partido de la selección, pero no recuerdo ni el rival, ni el resultado. Nuestra unión se prolongó más de cinco años y terminó del mismo modo que empezó: por sorpresa.

Junto a la emoción de las jugadas y la explosión de los goles, la capacidad comunicativa de Paco Ortiz con la publicidad en directo, favoreció la consolidación del equipo. La frase «Danone, lo más natural...», se hizo famosa por aquel entonces y fue un referente importante en el estilo que otros locutores imprimieron a sus retransmisiones. A las pocas semanas de trabajar juntos la compenetración era perfecta, llegaron a formar una unidad informativa en la que dos voces antagónicas se fundían en una línea de continuidad que surgió espontáneamente.

Yo narraba la jugada y José María retomaba la transmisión de manera natural. Ambos sabíamos cuándo callar y en qué momento proseguir. No nos pisábamos nunca porque intuíamos el instante en el que el otro debía intervenir. Él era consciente de que lo suyo no era relatar las jugadas y por mi parte, tampoco me ponía a comentar elementos del juego ni a valorar situaciones ajenas al partido.

 
El problema surgía solamente en la producción de los programas, en los que Paco Ortiz también tenía que colaborar. El sistema de García era innovador y en ese aspecto, la radio aragonesa estaba anclada en el pasado. Chocaban dos personalidades distintas porque a uno solamente le gustaba radiar partidos y al otro sacarle todo el jugo posible antes y después de los noventa minutos de juego. Y no solamente a nivel informativo, sino en la puesta en escena...

Para mi era un suplicio intentar que los técnicos, especialmente en el extranjero, le colocasen decenas de metros de cable en la banda y un micrófono al lado de los banquillos. No lo entendían, era algo que no estaba permitido o que todavía no lo había hecho nadie. Cuando yo me rendía, él lo arreglaba depositándoles unos dólares en el bolsillo.
También era horroroso cuando me tocaba convencer a los jugadores para que estuvieran listos a medianoche para una entrevista, o tenía que sacarlos a mitad de cena para que intervinieran en Hora 25.
Con el paso del tiempo, solamente con decirles que iba de su parte, bastaba para que acudieran sin poner ningún obstáculo. Trabajar con él era vivir en una constante tensión. Pienso que ambos aprendimos mucho el uno del otro y que llegamos a un grado de compenetración impresionante.

Quizás por el diferente ritmo de vida, porque vivían en distintos mundos o por la diferencia de edad, no llegaron a ser amigos íntimos aunque su relación siempre fue cordial. Jamás tuvieron ningún roce serio y pese a la distancia y al tiempo transcurrido desde su separación, siempre se respetaron. Existía admiración entre ambos, una profunda consideración que siempre emergió mientras trabajaron juntos.

Nuestra separación profesional surgió de la manera más inesperada para mí. Ocurrió en Polonia. Como siempre, cada uno viajaba por su cuenta y coincidíamos en el lugar de destino horas antes de la retransmisión. Pero ese día, García no apareció en Varsovia por la mañana, no comió con nosotros y tampoco estaba cuando partíamos hacia el estadio.
Le comenté mi preocupación al desaparecido Alex Botines, que entonces comenzaba a pesar ya en la SER desde Barcelona, y me dio unas explicaciones que me parecieron extrañas. Media hora antes del partido, nada se sabía de José María y no se había instalado el micrófono en la banda.

 
La noticia cayó como una bomba en la cabina, donde escuchaba Paco Ortiz el retorno de Radio Madrid. Sobre la sintonía, la voz de Joaquín Prat sonó menos musical que otras veces, mucho más seria e impersonal cuando dijo: «Por unas declaraciones de José María García en relación a la Dirección General de la cadena SER consideradas inconvenientes y que están siendo sometidas a estudio en estos momentos, queda apartado de la programación deportiva. ¡Adelante, Paco Ortiz!»

Me quedé helado, sin saber cómo empezar. Pero había que salir adelante de la mejor manera posible sin que la retransmisión se resintiese. Los oyentes no eran culpables de nada y tenía que aportar todos mis conocimientos y experiencia para resolver esa situación tan comprometida. Después de casi seis años, iba a ser mi primer partido sin García.
Por la noche no se hicieron comentarios al respecto y, al cabo de unas semanas, se conocieron los entresijos del problema de una manera más o menos oficial. La marcha de José María iba a suponer para mí, por motivos obvios, un paulatino alejamiento de los grandes acontecimientos deportivos en la SER, que se dejó notar en el Mundial 82 y que culminó en la Eurocopa de Francia, dos años. después.

jueves, 19 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXVI. ESPAÑA 82

Era el único superviviente de Argentina tras las jubilaciones de Vicente Marco y Enrique Blanco y la salida de José María García de la SER. Unos Campeonatos del Mundo en tu país te exigen un trabajo mucho más eficaz, pero la repercusión es menor. La gente vive «in situ» el acontecimiento y le presta menos atención a los medios de comunicación. Además, se pierde el exotismo del viaje y los desplazamientos interiores son mucho menos emocionantes.

Esperaba mi tercer mundial con ilusión pero notaba la ausencia de mis viejos compañeros. En la SER toda había cambiado y era José Joaquín Brotóns quien dirigía el operativo en Madrid. Desde hacía unos meses Héctor del Mar era el relator principal y yo simultaneaba la narración con algunos comentarios sobre el partido. Se unió al equipo Antonio Somoza, que le daba colorido a la retransmisión con su gracia andaluza y su peculiar voz, quebrada, tan distinta a la de Héctor y a la mía.
Además, estaban los corresponsales de la SER en cada una de las ciudades sedes o subsedes del Campeonato. Fue una paliza de kilómetros, de idas y venidas por los diferentes estadios, en uno de los veranos más calurosos que recuerdo.
Era mi último Mundial y los recuerdos que conservo de él no son muy agradables. Las cosas fueron demasiado complicadas, quisimos cubrir todos los frentes y creo que la programación fue demasiado densa. Además, se sumó una nueva decepción deportiva y la selección se precipitó al fracaso como cuatro años antes en Argentina.

 
Desde la polémica figura de «el Naranjito» hasta la tristeza de José Emilio Santamaría, pasando por la escasísima presencia de público en los estadios, una corriente de pesimismo atravesó el espíritu de los españoles entre junio y julio de 1982. La selección nacional estableció el record de ser el anfitrión peor clasificado de la Copa del Mundo, decimosegundo, con un fútbol gris y mediocre. Se había tocado fondo y los cambios se imponían, pero la agonía fue lenta y dolorosa, en vísperas del gran cambio político del país ese mismo otoño después de las elecciones generales.

La inauguración en el Nou Camp fue muy digna y colorista, con un final de espectáculo entrañable: cientos de voluntarios formaron la paloma de Picasso, mientras un niño con un balón entre las manos salió al centro del terreno de juego, que se abrió dejando libre una paloma.
Veintinueve días después, en el Santiago Bernabéu, Italia se proclamó campeona del Mundo ante la alegría de Sandro Pertini, el presidente de la República, junto al Rey de España, en unas simpáticas imágenes que dieron la vuelta al planeta. Fue un mes de intenso trabajo y de grandes desilusiones, del que he olvidado muchas cosas.

 
La llegada de Don Juan Carlos, el debut del combinado español, el hecho de que el primer rival fuera de los más flojos del torneo, disparo el optimismo. Se hacían apuestas sobre la cantidad de goles que iba a recibir Honduras en el estadio Luis Casanova y comenzaba a valorarse que España estuviera en la gran final sin que hubiera comenzado el campeonato.

 
A los ocho minutos se nos cayó el mundo encima. Celaya había marcado ante la pasividad de Tendillo, Alexanco y Arconada. La selección jugaba nerviosa, tensa, sin ideas. Incluso Héctor del Mar y yo dimos un bajón notable en la retransmisión. La afición, al comienzo de la segunda parte, no cesaba de animar.
Santamaría cambió a Juanito y Joaquín por Saura y Sánchez, pero el equipo seguía dormido. Tuvimos que esperar al minuto veinticinco de la segunda parte hasta que López Ufarte, de un riguroso penalty, marcase el empate. Los jugadores estaban hundidos moral y físicamente y el seleccionador se encerró en si mismo para evitar las críticas de la prensa, que fueron atroces contra Santamaría.

El calvario comenzó el 16 de junio de 1982 y se prolongó hasta la eliminación de España frente a los alemanes. Durante esos días no hubo tregua e incluso la patética victoria frente a Yugoslavia apenas suavizó el clima hostil que precipitó al fracaso los Campeonatos del Mundo de Fútbol de 1982.

El colegiado danés Sorensson fue el protagonista del segundo encuentro. Pitó una máxima pena a Perico Alonso que se había cometido fuera del área y además, mandó repetir el lanzamiento que había fallado López Ufarte. Juanito consiguió empatar el partido y Saura darle la vuelta al marcador. Por mis comentarios tuve el primer roce con Madrid. Me indicaron que no tenía que ser tan duro con la selección ni con el árbitro. Contesté a esas indirectas que yo no mentía y que no iba a engañar al público que, además, veía el partido por televisión.


 
El empate de Honduras e Irlanda significaba que una victoria mínima proclamaría campeona de grupo a España. Pero la tarde del 25 de junio fue nefasta para los hombres de Santamaría, que jugaron su peor partido ante una afición que se entregó al principio, pero que los abucheó al final.
El equipo de las Islas venció por 1-0. Fue un desastre a todos los niveles aunque la fortuna nos favoreció concediéndonos otra oportunidad. Por un solo tanto más que Yugoslavia, nos clasificamos para la siguiente ronda ante dos colosos como Alemania e Inglaterra. Todos éramos conscientes de que no había ninguna posibilidad de éxito, pero el juego de la selección mejoró, posiblemente por la menor presión exterior.
Frente a los germanos se cuajó una buena primera parte, pero en la reanudación marcaron dos goles en poco más de un cuarto de hora. Zamora maquilló el resultado con un soberbio cabezazo, pero los pronósticos se habían cumplido. Tres días más tarde se jugó el último partido del campeonato. Inglaterra no pasó del empate a cero en un pésimo encuentro, donde los rivales se jugaban la clasificación, pero no superaron la defensa local.

 
Con nuestra selección eliminada, caía en picado el interés de la audiencia y el apoyo publicitario a las transmisiones. Era verano y la gente se olvidaba del fútbol tomando el sol en las playas, ajena a un Campeonato del Mundo que fue para la selección italiana, con miles de tiffosi dando colorido al remozado Chamartín.

En la lejanía, como un sueño casi olvidado, recuerdo la estilizada figura de Paolo Rossi como lo mejor del mundial. En el plano personal, el reencuentro con viejos amigos de otros países a los que conocí en Argentina. Y como anécdota, la dichosa cometa brasileña que subía y bajaba, manejada con arte y que llego a plantear más de un problema a los árbitros por su proximidad al terreno de juego.
El gol más tempranero de unos Campeonatos del Mundo lo consiguió en San Mamés el británico Bryan Robson, al marcar a los veintiocho segundos ante el meta francés Ettori. Un record que va a ser muy difícil de superar.

 
Los Campeonatos del Mundo de Fútbol de 1982 no fueron una buena experiencia radiofónica para la SER, donde nadie terminó contento. Los corresponsales apenas podíamos abrir la boca en los programas especiales, pero invertíamos demasiadas horas para nada. Se cambiaba de criterio cada día, había demasiada crispación y los resultados futbolísticos no acompañaron en absoluto. Además, la fórmula de situar dos narradores simultaneando la transmisión fue un fracaso absoluto.

Héctor del Mar y yo nunca llegamos a compenetrarnos. Cada uno tenía su estilo, pero no formábamos un equipo porque ambos éramos relatores de partidos. Se intentaba artificialmente que tuviéramos la posesión de la palabra el mismo tiempo, pero a veces lo olvidábamos y seguíamos durante varios minutos jugada tras jugada.
Después del Mundial ambos continuamos un par de años juntos en la SER. Se intentaron buscar nuevas fórmulas para dar salida a las retransmisiones, pero no funcionó ninguna. El último invento fue que Héctor radiase cuando la selección nacional (o el club español de turno) controlase la pelota, mientras que yo llevaba el ataque de los rivales.
Es decir, que hacía de «malo» de la película para lucimiento del entonces locutor principal de la Cadena. Era una situación insostenible y después de la Eurocopa de Francia, a mis cincuenta y un años, decidí retirarme de las retransmisiones internacionales.

domingo, 15 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXVII. FRANCIA 84

La situación se había deteriorado hasta el punto que los Campeonatos de Europa de 1984 fueron el triste colofón de su carrera en la SER. Se vivían momentos de cambio en la cadena y la tensión era insoportable, más aún si vivías fuera de Madrid, porque en las luchas intestinas por el poder siempre te quedabas al margen. Paco Ortiz era un hombre solitario, despegado de clanes o camarillas y no le interesaba entrar en una guerra donde no tenía nada que ganar. Por eso, prefirió dejarle el sitio libre a quienes se disputaban el micrófono retirándose con discreción.

Eran nuevos tiempos y se utilizaban otros métodos en la forma de trabajar. Seguían Brotóns y Botines en una dirección bicéfala a caballo entre Madrid y Barcelona, con Héctor del Mar en la narración. Yo tenía que conformarme con los comentarios delante de un monitor en el centro de prensa de Paris. De las siete sedes en las que se desarrolló el Europeo, no visité ninguna.
Fueron muchas horas de soledad en un pequeño habitáculo, con la pantalla del televisor frente a mí y un teléfono para realizar breves intervenciones de relleno. Eso si, puedo presumir de conocerme mejor que nadie la sede de la Radio Televisión Francesa.

A la selección nacional, en contra de lo sucedido en Italia y dos años antes en España, le fueron muy bien las cosas. Se llegó brillantemente a la final y se perdió por un lamentable error de Arconada ante un equipo plagado de estrellas bajo la magistral batuta de Michel Plattini. La cadena SER estableció un operativo especial con diferentes puntos de conexión, unidades móviles y programas especiales, que fueron seguidos con gran interés.

Fue el único partido que pude ver en directo, el de la gran ilusión y el de la gran decepción. En la cabina microfónica solamente había sitio para tres comentaristas. Mi habitual prudencia me aconsejó no ocupar ninguno de los tres puestos de transmisión (hubiera dado lo mismo, porque me habrían levantado del asiento), por lo que tendría que seguir el partido de pie, con muy pocas posibilidades de intervenir con mis comentarios.
Resulta que en la cabina de al lado estaban encima de la mesa un micrófono y unos auriculares. Quien fuera gritaba tanto a través de ellos, que no pude evitar interesarme por el problema que tenían a miles de kilómetros de distancia. Llamaban a un tal Hilario con angustia y no tuve más remedio que decirles que por allí no había nadie.
El partido estaba a punto de empezar, me preguntaron de dónde era y me rogaron que comenzase la retransmisión para una emisora (ahora no recuerdo cuál) de Paraguay. Me puse de acuerdo con ellos en los cortes publicitarios, en los emites en directo y en el tono que debía darle a la narración y empecé justo cuando el árbitro daba comienzo al partido. Fueron escasamente tres o cuatro minutos, en los que disfruté como hacía tiempo. ¡Lástima que llegase el tal Hilario, sudando y sin resuello! Miraba de un lado a otro su cabina, asustado, y le indiqué por señas que acudiese donde yo estaba.
En un corte publicitario le conté lo sucedido y él me agradeció el favor con un fuerte apretón de manos. Ya en el descanso, le ayudé en los comentarios y, al final, con la pesadumbre de la derrota española, tuve que soportar la más larga retahíla de elogios que nunca había escuchado, con la sinceridad de un hombre reconocido.
Yo, que iba como locutor de la SER, terminé radiando para una emisora sudamericana. Esa curiosa situación me hizo sonreír, pero colaboró en mi decisión de abandonar la cadena, después de veintiocho años de servicio, tres mundiales, dos Eurocopas y varios centenares de partidos internacionales de selección y de clubes durante ocho años.

sábado, 14 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXVIII. EL ADIÓS A CARRUSEL DEPORTIVO

La relación con Madrid se había roto y la situación entre la emisora, propiedad de la familia Muro, y la SER, muy complicada. Por eso resultaba inevitable la retirada de Paco Ortiz de Carrusel Deportivo después de su desagradable experiencia meses antes en la última Copa de Europa de Naciones. Era también una forma de protegerme y de asegurar mi continuidad en la radio a nivel nacional, ya que era su sustituto natural.




Hay momentos en la vida profesional que no se pueden olvidar. Y este fue uno de ellos. En la vida lo más importante es aceptar las situaciones tal y como vienen y, si es posible, adelantarse a los acontecimientos. Lo medité fríamente y no dije nada a nadie, excepto a mi hijo.
Llegó el primer domingo de liga, un dos de septiembre de 1984. El rival era el Hércules de Alicante y el partido comenzaba a las siete de la tarde. Ramón Gabilondo, que se hacía cargo esa temporada de la dirección de deportes, me dio paso desde la Romareda. Mi corazón palpitaba a una velocidad de vértigo, no por los nervios de mi participación sino por las palabras que iba a decir.

Yo era el único que sabía lo que iba a ocurrir y entendía que recoger el testigo de Paco Ortiz era tan difícil como insoportable a corto plazo. Llegarían otra vez, como en 1976, las comparaciones y los juicios gratuitos, tanto a favor como en contra. Le miré fijamente mientras leía con emoción su despedida:

Buenas tardes, amigos oyentes de Carrusel Deportivo, y adiós. Tras casi treinta años en Carrusel, hoy me despido de todos ustedes. Me queda la satisfacción de los años convividos con grandes amigos y excelentes profesionales, pero me enorgullece que alguien, parte de mi mismo, estará presente cada domingo en la Romareda. Mi hijo, Ortiz Remacha, es desde hoy la voz de Carrusel Deportivo en Zaragoza. Hasta siempre.

Hubo un silencio que se hizo eterno, porque unos segundos en la radio son toda una vida. Ramón le dio, seguramente por inercia, paso a mi padre en la segunda conexión, pero a partir de entonces su nombre formaba parte de la historia en Carrusel.

No se produjo ninguna reacción de la dirección de programas ni recibí ninguna llamada de Madrid. Pero la respuesta de los oyentes de toda España fue magnífica porque me enviaron cientos de cartas de los más remotos lugares, de personas a los que no conocía que me dedicaron frases de cariñoso recuerdo.
Fue una excelente e inesperada compensación a una decisión que, al cabo del tiempo, creo sinceramente que fue la mejor aunque fue aún más dolorosa que la despedida de las transmisiones internacionales.

Volvió a morir la trampilla que daba acceso a su pequeño refugio de Torrero, ya derribado, también la pequeña cabina de la Romareda y la nueva, tras la remodelación con motivo de los Campeonatos del Mundo de 1982. Todo desaparecía con él, ya que fue el espíritu que hizo humano una serie de metros cuadrados en escenarios donde rebotaban miles de gritos de varias generaciones de espectadores y oyentes. Carrusel Deportivo era otra cosa, algo diferente, sin la mesura de Vicente Marco, el sonido histórico de Juan de Toro, la chispa de Joaquín Prat o el arrojo de José María García. Ya no estaba ninguno, tampoco Paco Ortiz, que intentó estirar hasta su muerte su apellido a través de mi voz en un programa que ya no existía, tal y como él lo entendía. Tampoco lo consiguió, ya que en 1996 dejé de ser la voz de Carrusel Deportivo en Zaragoza.

jueves, 12 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXIX. SUS CAMBIOS DE RUMBO

Abandonar la primera línea de fuego en la SER le obligó a buscar acomodo en Radio Zaragoza, donde apenas tenía una función específica. Aunque mantenía la categoría de Jefe de Programas, era Miguel María Astrain quien ocupaba su lugar. La estrella del momento en la emisora era Enrique Calvo, que presentaba «Estudio de Guardia», un programa de gran éxito que condujo con brillantez durante una década. Además, aunque seguía colaborando en la programación deportiva, ya no viajaba con el Real Zaragoza y era yo quien le había sustituído en la presentación de «Edición Deportes», el espacio deportivo de referencia.

Se le encomendó la dirección de Radio Aragón, una emisora de FM que nacía con capital de Radio Zaragoza y de la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja. Se pretendía construir una cadena regional con varias emisoras en Aragón al conseguir diferentes frecuencias para su explotación.

Fueron dos años maravillosos, donde tuve la libertad de recuperar la ilusión por trabajar en una emisora completamente nueva, con personas jóvenes y con un formato diferente. Se trataba de una radio fórmula, con noticias y música, que compitiese con la onda media por su calidad de sonido y la flexibilidad de su formato.

Paco Ortiz grabó emites, adiestró a los locutores y se responsabilizó de las relaciones públicas y comerciales de la emisora. De los asuntos económicos y administrativos se ocupó Tomás Bonilla, la persona delegada de la entidad financiera en la radio. La aventura duró solamente dos años, ya que las presiones de la SER, que tenía la frecuencia de Radio Minuto en Zaragoza, llevó a vender a la Rueda Rato la emisora, que más tarde se integraría en Onda Cero.

Sentí mucho dejar la emisora, ya que había recuperado la radio en el sentido más amplio de la palabra. Había vuelto a transmitir los partidos del Real Zaragoza, tenía un equipo a mi lado que progresaba con mucha ilusión y poco a poco la emisora iba teniendo su hueco en el dial. Superados los cincuenta años debía volver a Radio Zaragoza, con cambios estructurales importantes y la amenaza, cada vez más seria, de ser engullida por la SER. Las emisoras de FM iban ganando terreno y el cambio en la forma y en el fondo de la radiodifusión me pillaba algo cansado.

Intentó poner en marcha nuevos programas de vuelta a Radio Zaragoza, pero los cambios ocurridos en su ausencia le dejaban en una situación difícil. Tenía un enorme prestigio fuera, a todos los niveles, pero su encaje en el organigrama era complicado. Por eso aceptó la responsabilidad de la jefatura de prensa de Jaca 98, que le propuso el entonces consejero de Turismo del Gobierno de Aragón, Luis Acín.

Era bueno para mí y para la radio pero vivir en Jaca supuso un tremendo desgaste porque era alejarme de mi familia y del micrófono. Las tardes se me hacían interminables y estuve cerca de entrar en una depresión porque no entendía los vaivenes políticos que se producían con la candidatura. Mi trabajo no era tan importante como creía y estar escribiendo notas de prensa me aburría. Propuse ideas, como diferentes Sinfonías incorporadas a la candidatura, pero no tuvieron éxito. Al final decidí dejar mi puesto para colaborar simplemente en las acciones culturales como asesor, tras acudir a Tokio, Puerto Rico y Birmingham en lo que significó lo más dichoso del poco tiempo que estuve vinculado a Jaca 98.

Su regreso a la radio, que no había abandonado de manera contractual por un acuerdo con Radio Zaragoza y el propio Gobierno Autónomo, coincidió con la compra de la frecuencia de Radio Minuto y la nueva programación expansiva de la emisora a nivel regional y especialmente en el plano deportivo.

sábado, 7 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXX. RADIO ZARAGOZA DOS


El camino que iniciamos juntos en Radio Zaragoza Dos a comienzo de los noventa fue exitoso y espectacular. El retorno a las competiciones internacionales y los triunfos conseguidos bajo la batuta de Víctor Fernández, volvieron a revitalizar la audiencia deportiva. Aunque los problemas subyacían y no fue sencillo para ambos superar las continuas zancadillas, el programa «Estudio de Guardia Deportivo» se convirtió en un referente en la radio deportiva de finales de siglo.

Tuvimos que asumir cinco horas diarias de emisión y de ellas, tres con llamadas de los oyentes. Fue una locura porque, además, teníamos que transmitir los partidos del Real Zaragoza y ocuparnos de la información deportiva en la onda media. Disfruté mucho porque volví a tener el micrófono frente a mis labios y podía improvisar constantemente. La conquista de la Copa del Rey y posteriormente de la Recopa, supuso un repunte en el interés por el Real Zaragoza y por la radio, ya que la gente llamaba constantemente y dos horas seguidas, de siete a nueve de la noche, eran insuficientes para darles cabida.

No acudió a la final de la Copa del Rey que el Real Zaragoza disputó en Valencia frente al Real Madrid en 1993 y comentó el partido por televisión. Un fracaso, la derrota injusta provocada por el arbitraje de Urío, elevó la audiencia y Paco Ortiz volvía a estar en plena forma para transmitir la final que enfrentó al Celta y al Real Zaragoza en el Vicente Calderón un año después.

Hubo prórroga y penalties, en una final extraordinaria. No pudimos pedir más puesto que la transmisión duró ocho horas y tuvo un colofón formidable, al ganar en el máximo castigo lanzado por Higuera, que nos daba el triunfo por 5-4. Creo que fue una narración, la que hicimos mi hijo y yo, sensacional. Aunque apenas utilizamos inalámbricos y comentaristas, como ya empezaba a estar de moda, conseguimos con una transmisión a la antigua, llegar al corazón de los oyentes.

En abril de 1995, casi treinta después del último éxito de la época dorada de los Magníficos, radié con Paco Ortiz la final de la Recopa de Europa en el Parque de los Príncipes de París. También en esta ocasión los celos profesionales intentaron obstaculizar la transmisión; nos quedamos sin Valeriano Jarné a pie de campo, aunque estaba prevista la utilización de un micrófono inalámbrico. Recibió la orden de no colaborar con nosotros y no tuvo más remedio que situarse en el palco de prensa, junto al inductor del sabotaje. Estaba molesto porque no había contado con ese personaje para constituir el operativo y esa fue su estúpida venganza.

Contemplar el Parque de los Príncipes de París con el graderío lleno y tener la oportunidad de cantar los goles del Real Zaragoza fueron un premio impagable a punto de cumplir los sesenta y dos años. Sabía que tenía que aprovechar el momento porque seguramente no iba a producirse un acontecimiento similar en mucho tiempo. Quería que el partido durante horas y por eso me alegré que se llegase al final de los noventa minutos con empate a uno. Después, con el gol de Nayim, nos volvimos locos.
El partido estaba a punto de terminar, nos íbamos a los penalties, y entonces ocurrió el milagro… Ese gol valía un título, hacía que mereciese la pena tanto trabajo en los últimos años, unía a miles de personas en el estadio y en todo Aragón. Estaba agotado por el esfuerzo, contento por haber cantado el triunfo, feliz por incorporar un título más a mi palmarés como narrador de partidos.
Después, camino al hotel en metro porque nos quedamos sin transporte oficial, recordé toda mi vida profesional y decidí que iba a pasar definitivamente a un segundo plano con la Recopa en el bolsillo, en el mejor momento de mi carrera.