jueves, 2 de junio de 2011

CAPÍTULO XX. LA PUBLICIDAD COMO ALTERNATIVA PROFESIONAL


La radio era un medio ideal para desarrollar la creatividad publicitaria. No resultaba muy cara y podía realizarse en los diferentes programas de la parrilla, cara al público y a través de reportajes especiales. Durante muchos años, gracias a la popularidad que le dio el fútbol, Paco Ortiz fue el espíritu de grandes firmas como Spar, Paymar, La Zaragozana y Galerías Primero. Cada una en su época tuvo en la voz de mi padre una identificación instantánea y un asesoramiento personal que fue productivo para todas las partes. En 1972 creó «Special Publicidad», una agencia que en sus orígenes se encargaba solamente de coordinar las acciones comerciales de Spar y que se mantuvo activa durante veinticinco años. La inauguración de estos novedosos e inéditos establecimientos en los pueblos de Aragón fue una auténtica revolución. Este acto, que contaba con la bendición del cura y la presencia del alcalde y del comandante de puesto de la Guardia Civil, se grababa en un magnetofón y se emitía al día siguiente por la radio. José María Solanilla, gerente de la distribuidora, le instaló un despacho en las naves de la carretera de Cataluña, que nunca llegó a ocupar, empeñado en atraerle como director comercial a su empresa. A cambio, le ayudó en el montaje de la agencia en su primera ubicación, en la calle San Miguel esquina Independencia, donde controlaba la producción publicitaria.

Otros clientes, más o menos duraderos, debieron su éxito a imaginación de Paco Ortiz más que a la calidad de sus productos, que fueron mejorando gracias a la necesidad ofrecer una garantía acorde con el comunicador. Estas empresas confiaron sus campañas a Special Publicidad, que se abrió a otros medios diferentes a la radio para una comunicación más integral y participativa. No todos supieron reconocer su dedicación generosa y se aprovecharon de su buena voluntad para rentabilizar, con otros compañeros de viaje, las ideas previamente concebidas en campañas llenas de ilusión. Pero él disfrutaba con cada campaña como si fuese una auténtica aventura.

Recuerdo programas publicitarios como «el personaje misterioso», que tuvo un impacto increíble en la audiencia. Cada día y a distintas horas, decía de pasada algún dato sobre él. Comenzábamos con un premio para entonces fabuloso, doscientas mil pesetas, y cada día se rebajaba mil pesetas si no había acertantes. Todos las tardes a las seis, me colocaba con un magnetofón en un estudio e iba grabando las respuestas de los oyentes. Al «personaje misterioso» solamente lo conocíamos el notario, el director, el jefe de programas y yo, que guardaba en un sobre cerrado la solución. Tan popular se hizo el concurso, que las colas llegaban desde la emisora hasta el edificio de Correos y Telégrafos. Hubo días que tuvimos que solicitar la colaboración de la Policía Municipal para poner orden entre los alborotados oyentes.
También el programa de Chocolates Hueso, «el dulce dinero», o «mi sopa» de Gallina Blanca, tuvieron un gran eco en la radio. Pero quizás el más entrañable para mi fue «Historias de Natacha», un espacio comercial de cinco minutos emitido en cadena. Escribía el guión y lo realizaba técnicamente yo mismo, aunque la dulce voz de Natacha la ponía Cristina, mi mujer. Nadie lo sabía, ni en la emisora ni en Madrid, porque acudíamos a horas intempestivas para grabar los programas y evitar que se descubriera el pastel. Su interpretación fue impecable y ahora me arrepiento por mi exigencia y escasa paciencia, sin que tuviera ningún detalle con ella.

Nunca se me olvidará un momento que se quedó grabado en mi mente, cuando yo tenía diez o doce años. Todos los días, a las tres de la tarde, escuchábamos un programa de un cuarto de hora patrocinado por Cámara Óptico que se llamaba «Compás». Mi padre nos juntó a mi madre, a mi hermano Pedro y a mí en el cuarto de estar, para prestar más atención a la radio. Él terminó diciendo: «Y hasta aquí, Compás, en Radio Zaragoza. Ha sido un placer compartir con todos ustedes este tiempo de radio. ¡Hasta siempre!» Me quedé helado, había terminado un programa al que él le tenía mucho cariño y contó con nosotros para vivir juntos ese momento de pena. Ninguno de los dos pequeños dijimos nada mientras mis padres se abrazaban.

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