lunes, 27 de junio de 2011

CAPÍTULO XIV. LA COPA DE FERIAS

 
Si a nivel nacional su voz fue conocida por «Carrusel Deportivo» y las irrepetibles transmisiones con José Maria García de finales de los setenta, en Aragón es recordado por su zaragocismo y valorado por ser el mejor relatando partidos. Fueron más de dos mil entre primera y segunda división, Copa de Ferias, Copa de la UEFA, Copa del Generalísimo, Copa del Rey, Copa de la Liga, Recopa de Europa y amistosos (Trofeo Ciudad de Zaragoza, Ramón de Carranza o Colombino, entre otros). Y si el más importante fue el que le dio el título continental en Paris en 1995, del que se siente más satisfecho es del que narró desde Leeds en 1966, el partido de desempate de semifinales de la Copa de Ferias.

En la Romareda habíamos ganado por 1-0 gracias al tanto marcado por Carlos Lapetra. En el partido de vuelta perdimos por 2-1. Entonces no existía la solución del valor doble de los goles marcados fuera de casa, ni tampoco el lanzamiento desde el punto de penalty para dirimir el vencedor. Por eso, la diana de Canario no sirvió en ese momento para nada.
Había que jugar un tercer partido, el de desempate, y según cayera la moneda de un lado a otro, el encuentro se disputaría en España o en Inglaterra. Jackie Charlton y Severino Reija estaban junto al árbitro, que debía lanzar al aire el metal y ser el juez del destino. Paré la transmisión, dejé que el silencio se adueñase de las ondas, mientras creía escuchar la respiración contenida de los seguidores zaragocistas desde sus casas. Cuando Reija se echo las manos a la cabeza, comprendí que la moneda había caído del lado británico.

 
Hubo que esperar quince días, seguir jugando la liga y la copa, mentalizarse para la encerrona en el campo del Leeds y volver a una ciudad fría y lluviosa. Las apuestas eran favorables a los locales y aunque el Real Zaragoza acudía como víctima, los espectadores ingleses recibieron una lección de fútbol que todavía no han olvidado pese a los treinta anos transcurridos.

Aquel encuentro fue el más hermoso y emocionante que tuve la oportunidad de llevar a los oyentes a través de las ondas. En tan solo trece minutos el Real Zaragoza había destrozado a su rival con tres tantos impresionantes. Marcelino, Villa y Santos sorprendieron a los confiados jugadores del Leeds mientras enmudecía el estadio.
Yo estaba ronco por la fuerza con la que había cantado los goles, por la locura que suponía un triunfo tan espectacular. Incluso el técnico de la BBC me hizo señas para que disminuyese la intensidad de la transmisión, ya que estaba molestando al resto de periodistas ingleses. Recuerdo que la aguja del potenciómetro quedó atascada por los gritos del tercer gol.

Aún quedaba mucho partido y la calidad de los hombres del Leeds United podía poner en peligro el resultado si los zaragozanos se dejaban llevar por la euforia. Todo Aragón estaba pendiente de la narración de Paco Ortiz, con la oreja pegada al aparato de radio y la mirada perdida, intentando imaginar el prodigioso juego de los «magníficos» en tierras lejanas.

El propio Jackie Charlton le indico al árbitro que esperase unos instantes, que le diese a su equipo unos segundos para asimilar la avalancha de juego que estaban recibiendo de los españoles. El colegiado, que era manco, le concedió al genial futbolista el privilegio y se reanudó un espectáculo que duro hasta el final. El público supo responder al extraordinario fútbol ofrecido con una ovación que obligó a los blanquillos a retornar al terreno de juego cuando terminó para agradecer la deportiva actitud de los aficionados de Leeds.
Yo no podía más y tantas emociones terminaron por quebrar mi voz. Rompí a llorar en antena y me dejé llevar por ese ambiente de entusiasmo y fiesta en el que también se sumieron los oyentes, según me dijeron cuando llegué. No fue una actitud muy profesional, pero vivir aquello me ayudó a mis treinta y dos años a ser más ecuánime y responsable, a no dejarme arrastrar por los sentimientos. Al fin y al cabo, mi obligación era contar lo que pasaba sobre el terreno de juego, sin involucrarme tanto en las sensaciones como para meterme en la piel de los futbolistas y jugar el partido.

Es emocionante saber que la gente te escucha, te considera cómplice de los triunfos o fracasos del equipo a miles de kilómetros de distancia. Pero causa una tremenda frustración enterarte de que todo tu empeño no ha valido para nada y que has transmitido el partido para ti solo. Eso le ocurrió en Plovdiv, en una eliminatoria de la Recopa de Europa, cuando Radio Nacional de España utilizó la línea microfónica de Radio Zaragoza. La emisora estatal tuvo prioridad ante los problemas de comunicación existentes entre las compañías telefónicas de ambos países.

Me extrañó un poco la presencia de Joaquín Ramos antes del encuentro, pero imaginé que estaba allí para cubrir los boletines de Radio Nacional. La mañana no había sido nada favorable, puesto que no conseguí la conferencia con Zaragoza y estaba totalmente incomunicado. Bulgaria estaba hundida entonces en una tremenda pobreza y apenas tenían teléfonos en una ciudad pequeña y oscura.
El día anterior visité las antiguas instalaciones de la emisora de Plovdiv, donde no encontraron nada parecido al himno nacional español; para la megafonía dudaron entre algunas piezas de Albéniz o Falla, pero al final les pareció más apropiado el pasodoble «España Cañí». Pidieron mi opinión como parte interesada aunque, en definitiva, optaron por lo más folclórico.

 
Él intuía que las cosas no iban bien y comenzó a preocuparse cuando vio demasiado tranquilo al técnico de sonido. Los enormes aparatos estaban conectados a los cables que salían de unas viejas cajas de la pared y el micrófono descansaba sobre la mesa, como si estuviera muerto. A través de los auriculares solamente se escuchaba un ligero zumbido, que fue lo único que oyó durante casi dos horas.

Faltaban diez minutos para comenzar el partido y seguía sin retorno, pero el técnico me hizo una señal que yo entendí como afirmativa para el comienzo de la transmisión. Como estaba acostumbrado a las dificultades técnicas en los países del Este de Europa, seguí el mismo método que en otras narraciones, convencido que me oían en Zaragoza. Conté en voz alta de cincuenta a cero y comencé a hablar.
Fue un partido bonito, emocionante, como los que jugaba el equipo por aquel entonces... la verdad es que no me acuerdo del resultado. De vez en cuando volvía la cabeza y le hacía un gesto al técnico, que permanecía como una «vaca sorda» detrás de mí. Yo veía que me miraba raro, pero achacaba su actitud a que no entendía nada de lo que decía. Ya a la vuelta del estadio, de madrugada, cuando conseguí conectar con Manolo Muñoz, me llevé la desagradable sorpresa.

 
Intentó durante el vuelo de vuelta comentar el hecho con Joaquín Ramos, con el que se llevaba muy bien por haber coincidido en otros desplazamientos con el conjunto blanquillo, pero el locutor parecía rehuírle. Ya en Barcelona -el equipo jugaba ese domingo en la ciudad Condal- pudo enterarse de lo que había ocurrido y comprender los motivos del fracaso de la retransmisión.

Radio Nacional decidió a última hora radiar el partido porque el Real Zaragoza estaba de moda y no había nada mejor que ofrecer a la audiencia española en el plano deportivo. Solamente había solicitada una línea microfónica, la nuestra. No había ni tiempo ni medios técnicos en Plovdiv para una segunda instalación y desde Madrid decidieron que primaban los intereses estatales sobre los de una emisora privada de provincias. Lo que más me indignó es que nadie me lo comunicase, que todos allí supieran que estaba radiando para mi y dejasen que diera gritos como un poseso creyendo que salía a antena.

En los albores de la década de los sesenta el Real Zaragoza comenzó su andadura internacional en Irlanda, un país tan enigmático como desconocido para los españoles de entonces. El primer viaje oficial del Real Zaragoza, su primera participación continental, tuvo un origen muy poco competitivo. La Copa de Ciudades en Feria se había constituído como la alternativa a las dos grandes competiciones europeas y tenían derecho a jugarla clubes pertenecientes a localidades importantes con recintos feriales y determinada actividad de mercado. La clasificación en las ligas nacionales no jugaba un factor determinante, aunque el equipo rondaba las primeras posiciones.

Ya había retransmitido con anterioridad algún partido internacional amistoso, pero mi debut oficial coincidió con el primer encuentro que disputaron los zaragocistas en Glentoran. Fue el 26 de septiembre de 1962 y jugaron Visa en la portería; Cortizo, Santamaría y Zubiaurre en la defensa; Tucho y González en el centro del campo; Miguel, Duca, Marcelino, Seminario y Carlos Lapetra en la delantera.
Todo era nuevo para mí: el largo viaje en avión, el húmedo tiempo irlandés y el tratamiento de los dirigentes del club adversario con la expedición. Los periodistas formábamos parte de ella y disfrutamos de las recepciones oficiales, de las impresionantes comidas, de las fiestas que en honor al acontecimiento se sucedieron en aquellos tres días de estancia en Glentoran. Allí probé la cerveza negra y a punto estuve de vomitar aquel brebaje que se tomaba caliente y mezclado con mostaza.

El partido no despertó demasiada expectación y el público apenas se acercó al destartalado campo que presentaba, no obstante, un magnífico césped. La gente se lo tomó con calma y la gran mayoría se colocó detrás de la portería del Real Zaragoza.

 
Cuando terminó la primera parte contemplé, con sorpresa, cómo los aficionados bajaron de las gradas al terreno de juego, caminaron sobre la cuidada hierba y se ubicaron tras la otra portería, donde le correspondía jugar a los aragoneses. Jamás he vuelto a ver nada igual. En lo deportivo, no hubo rival ya que ganamos por 0-2 con toda tranquilidad.
La vuelta, un par de semanas más tarde, fue sentenciada con media docena de tantos, una de las mayores goleadas internacionales del Real Zaragoza en más de treinta anos de historia. En la eliminatoria siguiente nos apeó de la competición el potentísimo equipo de la Roma. Esa misma temporada radié mi primera final de Copa, que perdimos por 3-1 ante el Barcelona, después de eliminar al Athletic de Bilbao, Atlético de Madrid y Real Madrid.

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