miércoles, 8 de junio de 2011

CAPÍTULO XVII. SUS PRIMEROS MAESTROS EN EL FÚTBOL

Acompañar al Real Zaragoza en sus viajes por Europa le permitió ingresar en el club de los más selectos periodistas deportivos. Atendiendo sus comentarios, observando su forma de actuar, incorporando sus métodos, tardó poco en ser incluído en un grupo de gran prestigio y que no aceptaba nuevos socios con facilidad.


Al iniciar mi camino internacional sentía un regusto especial cuando intercambiaba opiniones con personalidades como las de Rienzi, Cronos, Gilera, Antonio Valencia, Miguel Ors, Belarmo o Pedro Escartín. Escucharles era aprender, y poder expresarme ante ellos, una satisfacción. Por la diferencia de edad me acogieron con simpatía y me dejaron entrar en un círculo al que no todos tenían acceso. Llegamos a tal grado de confianza que, en ocasiones, cuando se jugaba en los países del Este y las comunicaciones telefónicas les desesperaban por la demora, ofrecía mi línea microfónica para que les grabasen las crónicas en Zaragoza y enviarlas a sus respectivos periódicos.

Le impresionaba el fino estilo literario de Antonio Valencia, capaz de convertir un artículo en una bella página narrativa; o la profundidad y el estudio analítico de Cronos que, con dos frases, era capaz de resumir los noventa minutos de un partido. Con los años, se atrevió a llevarles la contraria simplemente por estimular su ingenio pero, la mayoría de las veces, sus razonamientos eran finalmente compartidos por el joven locutor.

En una ocasión, el maestro Cronos me dio una lección que jamás olvidaré: cansado de que le llevase la contraria, me comentó que si tuviera mi voz, con lo bien que escribía, me quitaría el puesto. Aquella cariñosa reprimenda me dio que pensar, aunque jamás le di la razón, seguramente por esa absurda vanidad de los principiantes.

Hace ya tiempo que se separó de la competitividad, de la lucha por la noticia, de las frecuentes zancadillas que suelen aparecer en el camino del éxito. Su estilo era más reposado, propio de sus veteranos maestros de los años sesenta.

Mis compañeros de Zaragoza siempre me han tratado bien, nuestra relación ha sido correcta y respetuosa, sin ningún tipo de competencia entre nosotros. Recuerdo a Vigil Escalera, Miguel Gay, José María Doñate, Javal, Martín de Urrea y Alfonso Zapater. Los recortes de prensa que conservo de ellos son también parte de mi vida en la radio. Guardo con especial ilusión las crónicas que escribí para el suplemento deportivo de la «Hoja del lunes» a petición de otro gran periodista, Ángel Castellot. Él se empeñó, cuando comenzaban a triunfar los «magníficos», que fuera yo quien escribiese las crónicas. La experiencia duró poco aunque fue muy provechosa porque, cuando llegaba a Zaragoza y leía el texto, pocas veces quedaba satisfecho; decididamente, lo mío era hablar, comunicar, mucho más que escribir.

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