miércoles, 20 de abril de 2011

CAPÍTULO XXXII. UN DISCRETO ADIÓS

El cielo estaba pintado de gris y en el ambiente flotaba la desilusión por una temporada triste y decepcionante para una afición que volvía a la realidad de un equipo sin expectativas. El peor Real Madrid de los últimos años se había llevado los tres puntos en otro mal encuentro del Real Zaragoza en la Romareda, con un juego casi tan vulgar como el de los aragoneses de cuya pasada brillantez solamente quedaba el recuerdo. Ese veinticinco de mayo de 1996, Paco Ortiz transmitió su último partido de fútbol sin poder narrar una victoria ni cantar un gol que permaneciese en la memoria para siempre.

Volvíamos en coche del estadio sumidos en un silencio incómodo y molesto. Ambos hacíamos breves referencias al encuentro, cansados por la tensión del día y por el nuevo rumbo que tomaban nuestras vidas profesionales. En cierto modo le apetecía el cambio porque necesitaba un giro en su vida, pero aceptar la jubilación, aunque fuera activa durante un par de años, suponía un trago difícil de superar. También lo era para mí, ya que aceptaba voluntariamente el vacío que él dejaba, al mismo tiempo que abandonaba Carrusel Deportivo después de trece años, para zambullirme en una ambiciosa aventura de carácter local que me proponía la nueva dirección.


Como tenía ese semblante de distraída seriedad que también conozco después de tantos años trabajando a su lado, decidí darle conversación para que se liberase de tanta presión contenida. Y así surgió el germen de este texto, cuyo final se aproxima, con los recuerdos de esa tarde en la que me desveló algunos de sus sentimientos más profundos sobre la radio, y que luego significarían el libro no editado que ahora he vuelto a reescribir con las notas que tomé durante dos años, que se me pasaron volando, mientras me participó la historia de su vida en la radio

Parece mentira pero La Coruña también tuvo que ver con la transmisión del último partido de su vida. Arsenio Iglesias se despedía en esa última jornada de su vida como entrenador en una temporada complicada para el Real Madrid. Después de su marcha del Deportivo fue una sorpresa su fichaje por el equipo madrileño y poco pudo hacer por mejorar su torcido rumbo.

Conocía a Arsenio de la Coruña, pero hice una gran amistad con él durante su etapa como entrenador del Real Zaragoza. Era una persona muy vital, que disfrutaba y sufría al mismo tiempo con su profesión. Recuerdo que en el bar del Gran Hotel de Zaragoza me explicaba sus teorías sobre el fútbol moviendo las banquetas de un lado a otro, en un gráfico intento de que comprendiese los movimientos de los jugadores.
Era un gallego cerrado, de gran corazón y que fue tratado injustamente por el fútbol que exhibió el equipo esa temporada, aunque se lograse el ascenso. Recuerdo que al finalizar la temporada nos invitó a comer y nos contó con satisfacción que se marchaba al Burgos por ocho millones de pts., ya que no deseaba renovar por las críticas recibidas en Zaragoza.

Habían pasado cuarenta y cinco años desde su primera transmisión. Fue un discreto adiós, saliendo de puntillas de un oficio que él convirtió en arte y del que, una vez retirado, exigía a los nuevos profesionales que mejorasen en su técnica y, sobre todo, en su cuidado con el lenguaje.

La mayoría de los actuales narradores gritan, se dejan la garganta durante la transmisión y dicen cosas sin sentido. Transmitir un partido de fútbol es trasladar a la audiencia una serie de situaciones que no se saben de antemano. Y hay que hacerlo con intensidad pero sin involucrarse en la pasión, porque te puede devorar. Debes asumir que solamente eres la persona que cuenta lo que pasa, y que aunque formas parte del espectáculo, tu aportación debe ser la de testigo de los hechos, nunca intentar convertirte en parte de ellos.

La condición física y el entrenamiento también son importantes antes de transmitir un partido de fútbol y que terminen afónicos los locutores era algo que le molestaba profundamente a Paco Ortiz.

Escuchar voces histéricas de gente que dice tonterías, me molesta. Ahora parece que cualquiera puede radiar un partido de fútbol y se atreven con una osadía ofensiva personas que no tienen condiciones, ni voz, ni conocimiento para ello. Las transmisiones de ahora, salvo honrosas excepciones, parecen salir de una jaula de grillos. Todo el mundo grita, se pisan unos a otros y la gente no se entera de nada. Además, la moda de tener seis o siete comentaristas le resta frescura a la narración, parece como si estuvieran radiando para los oyentes que están viendo la tele…

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