martes, 5 de julio de 2011

CAPÍTULO VI. UNA CIUDAD QUE LE ACOGIÓ PARA SIEMPRE

Pasado el verano, cuando se incorporó definitivamente a Radio Zaragoza, compartió el vértigo de sus comienzos con otros nuevos valores que constituirían el germen de la explosión de Radio Zaragoza. Locutores como Joaquín Melic, Conchita Carrillo o Pilarín Lapeña, periodistas como José María Ferrer «Gustavo Adolfo» o expertos en música clásica y teatro como Manolo Serrano, completaron una magnífica plantilla junto al ya mencionado López Soba o a la excelente maestra de dicción que fue Pilar Ibáñez, emblema de la emisora durante décadas.


Hasta pasadas las fiestas del Pilar, estuve a prueba y manifesté mi intención de hacer algo más que leer crónicas de fútbol. Presenté guiones musicales a la dirección y me atreví incluso a realizar entrevistas y concursos publicitarios. En aquella época Radio Zaragoza abría sus emisiones a las doce del mediodía con las campanadas del Pilar y la jaculatoria mariana. Cerraba después del «parte», a las tres de la tarde, y reaparecía entre las ocho y las doce de la noche. Los grandes conciertos, los discos dedicados, los seriales radiofónicos, las «ondas infantiles» y breves noticias de sociedad, componían la totalidad de la programación, salpicada de «guías comerciales», que eran las inserciones publicitarias de entonces.

Paco Ortiz vio la posibilidad de agilizar estos espacios y comenzó a crear alternativas novedosas para los habituales oyentes de la emisora, que pronto quedaron maravillados de su imaginación y arrogancia. Así nacieron «la alfombra mágica», «el duende de la discoteca», «pasarela luminosa», o «el doctor Tagore y su horóscopo», que aportaban una mayor frescura a la radio y la posibilidad de participación de los oyentes a través de los concursos, que se entregaron al nuevo estilo de Radio Zaragoza. Su dedicación fue recompensada por la dirección, que le incorporó a la plantilla como locutor de tercera en 1952.

Uno más en la familia de la radio, plenamente integrado y con un futuro prometedor, le propusieron realizar el servicio militar como voluntario para no paralizar su actividad profesional y continuar con su trabajo en la emisora. Asumió el consejo -que fue más una orden- e ingresó en el Ejército del Aire el 1 de septiembre de 1954. En la Escuadrilla de Protección Aérea de Sanjurjo realizó el periodo de instrucción, coincidiendo con la célebre pareja taurina «Aparicio» y «El Litri», a los que no vieron los reclutas de su reemplazo hasta el mismo día de la Jura de Bandera. Fue destinado a la Plana de Mando, en la calle Mefisto, en la esquina de la entonces plaza de José Antonio, de donde marchaba a la radio sobre las dos de la tarde para cumplir con su turno de trabajo.

Solamente tuve un percance serio en mi vida militar y que me costó un mes de calabozo. Presentaba en el Teatro Principal un acto organizado por el Ayuntamiento y para el que pidió mi presencia el mismísimo alcalde Gómez Laguna. Como de costumbre, este acontecimiento social era retransmitido en directo y terminaba sobre la medianoche. Concluído con éxito, tomábamos un refrigerio en una sala contigua al escenario y, cuál no sería mi sorpresa, cuando me comunicaron que había una pareja de la Policía de Aviación en la puerta esperándome para arrestarme. Se supone que alguien daría el chivatazo y me «pescaron» fuera del cuartel pasada la hora de retreta y luciendo un impecable smoking, con el que me detuvieron tras un leve forcejeo. Dijeron que había golpeado a uno de los policías, pero tuve la mala suerte de rozarle el ojo cuando intentaba quitarle sus manos de encima.

En esos momentos también supo disfrutar de la vida, ya que mandaba traer del restaurante «El Mesón del Carmen» su comida diaria. Acudía a misa los domingos escoltado por la policía militar y causaba sensación su aspecto robusto, con la cabeza rapada, entre los soldados y familiares que acudían al acto religioso. Allí sufrió su primera intervención quirúrgica, ya que le fue extirpada una uña infectada de un pisotón. «El dolor anestesia», así le respondió el médico momentos antes de arrancársela con unas tenazas y después de preguntarle ingenuamente qué tipo de calmante le iba a administrar...

Poco tiempo más tarde, ya licenciado, tuvo la oportunidad de codearse con los mandos gracias a un reportaje realizado en la Academia General Militar. Llegó a grabar los actos más destacados de la Jura de Bandera de los cadetes que por entonces suponía una importancia capital en la vida social zaragozana. Aunque jamás ha tenido el menor interés por lo castrense (y menos después de sus largos días de calabozo), debió hacerlo muy bien porque al día siguiente era ascendido a locutor de primera. Su liderazgo era ya tan innegable como la propia evolución de la radio en esos años. La ciudad necesitaba una opción más variada, de más alta tecnología y demandaba el cambio. Se extendía la venta de aparatos, menos costosos y de dimensiones más reducidas, y comenzaba a exportarse la radio «cara al público», que tanto éxito tuvo a finales de los cincuenta y en los años sesenta.

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