domingo, 10 de julio de 2011

CAPÍTULO I. SE APAGÓ COMO UNA VELA




















Mis precoces comienzos, con quince años de edad en La Coruña, marcaron mi futuro. Fui también precursor de un programa de madrugada, el primero que se realizó en España y que traspasó nuestras fronteras para llegar a todo el continente. Me cupo el honor de radiar tres Campeonatos del Mundo de fútbol y dos Copas de Europa, estar presente en finales internacionales con los mejores clubes nacionales y, sobre todo, ofrecer a los oyentes aragoneses lo mejor del Real Zaragoza en todas sus épocas.
En Radio Zaragoza, subí todos los escalones. De locutor de tercera a director de la filial «Radio Aragón», pasando por jefe de estudios, emisiones y programas. Viajé por pueblos, presenté concursos, inventé programas y conseguí el primer premio Ondas al mejor locutor. Viví entierros como los de José Oto, visitas como las de Juan Pablo II, inauguraciones como las de las torres de Pilar o la Romareda, radié finales como la del Parque de los Príncipes, entrevisté a miles de personas vinculadas a la música, la política o el deporte... Pero más allá de los grandes eventos, lo más importante para mí ha sido poder entrar en el hogar de los oyentes. Ganarme su estima, acompañarles, divertirles y emocionarles.
Llegué con dieciocho años a Zaragoza, juré bandera en esta ciudad, aquí me casé y aragoneses son mis hijos. Aunque los cantos de sirena me tentaron, no quise marcharme para iniciar nuevas aventuras y doy gracias por taparme a tiempo los oídos. Este pueblo, esta tierra, tira mucho.
A los más jóvenes les tengo que decir que, pesé a los cincuenta años transcurridos, cada día aprendo cosas nuevas. Y también surgen en mi mente distintas formas de hacer radio, más comunicativa, más personal, más íntima, más realista, más acorde con nuestro tiempo.
Hay quien dice que he sido la voz de Aragón. No lo sé; quizás sea un poco presuntuoso, pero es posible que tengan parte de razón. De todas formas, espero seguir diciendo, durante mucho tiempo: un saludo, amigos, les habla Paco Ortiz.

No lo volvió a decir nunca más. Ya no tuvo programas propios y se limitaba a colaborar en los espacios deportivos con sus comentarios, cada vez más breves y menos periódicos porque su tiempo se había acabado. Estaba en los minutos de aumento, como en los partidos de fútbol cuando el cuarto árbitro levanta la tablilla luminosa e indica lo que todavía resta por disputarse. El público comienza a levantarse, se juega de manera horizontal y se espera que el colegiado pite el final con el cansancio a cuestas y sabiendo, en la mayoría de las ocasiones, que el resultado ya no se va a alterar. Y así fue. En su foro interno, al resumir su vida profesional en las líneas anteriormente escritas, estaba diciendo adiós sabedor que ya no iba a marcar ese último gol que tanto le hubiera gustado rematar.

Su última intervención en antena se produjo el 18 de abril de 2004, antes del partido que jugó el Real Zaragoza frente al Athletic de Bilbao en San Mamés y que perdió por 4-0. El equipo había ganado un mes antes su sexta Copa en Montjuich frente al Real Madrid pero no tenía segura la permanencia de categoría. Desde que me incorporé a Radio Intereconomía pensé en él para que volviese a la radio y tuviera un aliciente para seguir luchando, pero se encontraba muy débil y no tenía ganas de emprender una nueva aventura.

Después de insistir mucho, le convencí de volver a la Romareda y de sentarse a mi lado en el pupitre de prensa. Mientras hizo buen tiempo, en septiembre y octubre, me acompañó para comentar las incidencias de un Real Zaragoza degradado en la Segunda División. Entre el frío de otoño y el aburrimiento que producía el pobre juego de la categoría, decidió no volver jamás al campo de fútbol. Ya era mala suerte que reapareciera en una emisora nueva, casi desconocida y con su Real Zaragoza humillado por el fracaso del descenso.

Pese al ascenso solamente conseguí meses más tarde, que colaborase en directo antes del partido. Se trataba de una crónica sobre lo que él opinaba de lo que podía ocurrir, con un pesimismo que era el reflejo de cómo se encontraba en su interior. Su voz se fue apagando partido a partido hasta hacerse irreconocible y yo sufría cuando creía que no tenía fuerzas para seguir o parecía perder el hilo de su comentario.

La última vez que acudió al estadio municipal fue antes de la final de Copa de 2004. Heraldo de Aragón publicó un reportaje con varias personas que habían presenciado todas las finales del Real Zaragoza y les convocaron a la Romareda. Yo acompañé a mi padre, ya en condiciones muy precarias, y fui el que «tradujo» sus impresiones a Raúl Lahoz, el periodista que escribió el artículo para que reflejase fielmente sus recuerdos porque esa mañana se encontraba especialmente débil.

Recuerdo que llegamos, como siempre, antes de la hora fijada y paseamos unos minutos por los exteriores del campo de fútbol hasta que llegaron los demás y entramos al estadio. Estaba ilusionado con la posibilidad de volver a ser noticia y contar sus recuerdos, hablar con la gente y retomar el hilo argumental de su vida: la radio y el Real Zaragoza. No quiso ponerse corbata y prefirió un jersey oscuro de cremallera y cuello alto que conservo en mi casa.

Fueron varias las fotografías que les hicieron al grupo desde diferentes rincones de La Romareda y terminó muy cansado. Esperó varios días con impaciencia el reportaje y cuando lo vio, se sintió gratificado. Fue la postrera alegría que recibió de los medios de comunicación locales, su última presencia en ellos como historia viva del zaragocismo. La siguiente fue su necrológica, para la que ninguno de los medios locales me preguntó absolutamente nada, ni se puso en contacto conmigo excepto tres o cuatro compañeros a título individual y sin motivaciones periodísticas. En cuanto a las cadenas nacionales, solamente me llamó ese mismo día Josep Pedrerol que, por entonces, dirigía con Joaquín Ramos Marco «En la Banda», de Radio Intereconomía. Realizó un reportaje entrañable y me invitó a participar pero apenas podía hablar y preferí escucharlo mientras me hundía en un mar de lágrimas.

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