lunes, 11 de julio de 2011

INTRODUCCIÓN



























Jamás se supera la muerte de una persona cercana porque su historia se detiene mientras tú continúas escribiendo la tuya. La separación es cada vez más dolorosa porque estás acostumbrado a los alejamientos y a los reencuentros, y en esta ocasión no se produce el regreso. Comienzas a asumir la pérdida, a acostumbrarte a su vacío, a seguir viviendo sin ella. Son los peores momentos, cuando dejas ya de llorar y guardas en tu corazón la esencia de quien se ha marchado para siempre.
        
Me ha costado mucho tiempo decidirme a rehacer este libro, un texto inédito al que le di forma en 1998 cuando mi padre me pidió que escribiera sus memorias. Dos años antes se jubiló por obligación, todavía tenía 63, pero permaneció diariamente en antena para cerrar su medio siglo de radio. Así lo explicaba en la introducción del libro no editado, como justificación de utilizar un biógrafo que contase su historia: 

Cuando tengo un micrófono delante de mí sé lo que tengo que decir y cómo decirlo. Pero en el momento que me enfrento a un folio en blanco en la máquina de escribir o ante la pantalla grisácea de un ordenador, parece como si se quedara vacía mi mente. Y esta situación se acrecienta cuando tengo que abordar el resumen de cincuenta años de vida en la radio. ¿Qué decir? ¿Qué recordar? ¿Qué contar con amenidad para que el lector pueda sentirse interesado? Han sido dieciocho mil doscientos cincuenta días donde han ocurrido tantas cosas, que se podría escribir un libro con las mismas páginas. He querido que fuera mi hijo, Francisco Ortiz Remacha, quien reflejase esta biografía y le diese forma literaria. Él ha trabajado conmigo durante las dos últimas décadas y conoce mejor que nadie ese tramo de historia compartido. El resto, todo lo anterior, se lo he transmitido de palabra o lo hemos recordado en amenas conversaciones. El pretexto para esta publicación es, simplemente, difundir a quien lo quiera leer, un gran bagaje de curiosidades y anécdotas, a veces poco común en esta maravillosa profesión.

Durante meses le escuché, le pregunté, tomé notas y grabé alguna de esas conversaciones. Lamentablemente no recuerdo dónde están las cintas, seguramente las reutilizaría para otras entrevistas, borrando unas palabras que ahora me gustaría volver a escuchar. Pero en esos momentos no pensaba que fueran el testimonio sonoro de su vida. ¿Quién iba a imaginar su muerte prematura? ¿Quién podía suponer que la decisión del entonces nuevo director de Radio Zaragoza, Ángel Tamayo, de prohibirle utilizar los micrófonos de la que fue su emisora durante tantas décadas para «rejuvenecer la antena», precipitaría su enfermedad y su muerte? Arrebatarle el legítimo derecho de comunicarse con los oyentes dejó su vida sin sentido.

El libro quedó olvidado porque aprovechó las notas para publicar sus memorias en primera persona, quizás por exigencias de los editores, para que tuviera mayor repercusión. Entonces no lo entendí, ahora lo comprendo con la perspectiva del tiempo pasado, pero durante unos meses este trabajo en balde me dolió porque me sentí utilizado y no supo explicarme sus motivos.
Pero cuando dejó de trabajar le prometí que todos los días le acompañaría un rato, a veces solamente unos minutos, en ocasiones, varias horas. Lo hice mientras trabajaba en su libro, durante los dos años de retirada progresiva del micrófono, cuando no lo tuvo, en el transcurso de su enfermedad y el mismo día que murió. Mi madre tomaba su mano izquierda a un lado de la cama junto a mi hermano Cristian y yo apretaba la derecha en su agonía, un cuarto de hora donde deseaba que muriera para evitarle el sufrimiento al mismo tiempo que esperaba el milagro que le diera unos minutos más de vida.

Trabajé junto a él veintidós años y permanecí a su lado, a veces sin que ninguno de los dos dijera palabra alguna, seis más. Ahora tengo la oportunidad de recrear su vida completa hasta el final, con detalles postreros que ilustran mucho mejor y con una perspectiva más amplia la personalidad de un solitario e inigualable comunicador que siempre decidió por sí mismo sin admitir imposiciones y que se mantuvo fiel a sus convicciones hasta el final.

Me siento en la responsabilidad de ser su testigo y de intentar perpetuar su memoria para que no se olvide quién fue y lo que hizo para oyentes conocidos y desconocidos durante varias generaciones.


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